Solo pensamientos, historias por escribir para que luego no las olvide. O solo para sacarlas de la cabeza...

sábado, 27 de abril de 2013

Lentejas nostálgicas

Las lentejas son como las tardes donde la abuela. Tienen un saborcito lleno de nostalgia, de luz cálida, voces gruesas de gentes mayores, de siesta después del almuerzo. Por eso las lentejas son platos para disfrutar en compañía, y en caso tal de soledad, las lentejas son para acompañarlas de una peli, o un postre de fruticas que remate el plato principal.

Para preparar las lentejas es necesario estar antojado. Cocinarlas es una labor que incluye sentir lo que dicen las tripas, combinarlo con la cantidad de nubes ese días y sonreir mientras tanto. Para un resultado de reminiscencia mas óptimo, las lentejas se cocinan después del desayuno si se sirven de almuerzo, en la tarde si se sirven en la comida. Pues hay que dejarlas calar, dejar que los ingredientes se recalienten y terminen de dar su sabor nostálgico de años que ya se fueron (pero que por la magia de la cocina, vuelven cuando estamos lejos lejos de esos tiempos). Si no hubiera tal preparación previa, hay que cocinar planeando sobras para el desayuno del otro día, cuando el efecto deseado llegará a su mas alta efectividad.



Primero me gusta poner los ingredientes sobre la mesa. Saco un dientecito de ajo, una cebolla, dos o tres zanahorias, 2 tomates, 3 o 4 papas y las lentejas que deben estar desde la mañana o la noche anterior en agua para que se cocinen mas rápido. Es importante tener comino. Sal. Pimienta. Salsa de tomate o BBQ. Hay quienes agregan tocineta, carne de cerdo picada en pedacitos, o salchica.

Primero hay que partir el ajo, yo lo prefiero pequeñito, aunque debo confesarlo, siempre me quedan unos tamaños irregulares. La cebolla en cuadritos, el tomate en cuadritos para hacer el guiso. Las zanahorias se lavan y se pelan. Se rayan con mucho cuidado de no terminar haciendo un rayado de dedos. Las papas se lavan y se pelan, se parten en cuadritos.

Lo mas importantes de las lentejas es que tengan espacio en la olla. El orden de los ingredientes en ella pueden variar según la música, los visitantes. Si hay mucha gente y uno sufre de nervios escénicos el orden está al ritmo del caos, de los chistes y las preguntas constantes sobre el proceso de la cocina, como interrupciones planeadas por un agente divino. Si hay radio para acompañar la soledad, para deshilvanar los pensamientos al ritmo de la cuchara y los olores que salen de la comida, seguro que va primero la cebolla y el tomate justo despues que el chorrito de aceite doradito este hirviendo en el fondo.

Después cuando empiece a hacerse el guiso, es decir, cuando la cebolla y el tomate ya huelen a desayuno agregaría el ajo y la zanahoria. Esos cuatro ingredientes terminan el guiso, para que el aroma mañanero se vuelva en un almuerzo. Mientras tanto uno va agregando sal y pimienta al gusto, con salero y molino pimentero, chen chen, chrata charata tá.

Una vez haya un guiso y antes que la zanahoria pierda todo su sabor en el tomate, se agregan las lentejas, y durante unos minutos se mezcla todo, agregando sal y pimienta y esta vez el comino que va convirtiendo el plato en una tarde de domingo, con las voces de la visita, las risas de los niños corretiando por la casa, la abuela riendo a carcajadas mientras los demás adultos miran por un ojo lo que hacen los niños y con el otro la semana que se acaba de terminar.

Entonces cuando ya todo huela a tarde de domingo con atardecer calientico, empieza uno a echar chorritos de agua, espaciados uno tras otro, para que los sabores calen, y así se va midiendo la sal, que una vez haya agua suficiente y habiendo dado la pruebita clásica a algún otro comensal que quiera sentirse incluído en la preparación del almuerzo magno diciendo que falta mas sal, o que está bien, y entonces mirará la repisa de las especias y luego de buscar lo que no ha encontrado, asentirá que lo que falta es sal, volverá a la mesa y su misión se habrá para entonces terminado. Así después de esta parte importante, un chiste y demás, es la hora de agregar los cuadritos de papa, trarataststatsyas, y entonces está casi todo listo. Hay que esperar que la olla llena de ingredientes llenando de sabor la tarde de domingo hierva, para bajar el fuego, poner la tapa y esperar.

Para acompañar las lentejas un arrocito y aguacate tan maduro que sabe a mantequilla.

Mientras tanto, mientras se cocina, en la mesa, se cocinan las ideas, las historias de amigos, las risas se mezclan con el olor del comino, se llenan de nostalgia, las ventanas se abren para que entre el fresquito, y para que el estómago embolate el hambre mientras las lentejas calan.

Hay que revisar mientras tanto, la cantidad de agua y la sal. Ahí agregaría un poquito de salsa de tomate que le da un dulzoncito que enamora por corriente y vulgar.

Cuando están listas las lentejas se apuran a nuestra boca, la cuchara se mueve mas ávida que de costumbre y pronto, pronto, el plato se habrá acabado, como se acaban los domingos, las tardes familiares, los gritos de los niños, las visitas malucas, previendo lo que viene en la semana entera, olvidando la pasada, lista para una siesta y llevar a los sueños, la barriga llena y el corazón contento.

viernes, 19 de abril de 2013

Escrito en un lunes triste

(En Medellín mientras pensaba en el ir y volver)


Puede que sea pereza, falta de tiempo. Ligereza nocturna la que no me ha dejado sentarme con calma en estas noches a escribir. Tal vez es que aqui recibo mucha información, tanta que olvido rápidamente, como cuando una ola tras otra arrasa con las formas de la arena, una y otra vez. Tal vez sera, que ahora en medio de una habitación llena de recuerdos, una casa llena de nostalgias, una ciudad que me afecta tanto, ni se muy bien que de todo lo que pasa por mi cabeza debería escribir, debería permanecer, no debería olvidar.
Es que estos días rápidos de visitas, permanencias temporales, re-conexiones interrumpidas nuevamente deberían ser olvidados nuevamente algún día. ¿Eso pasará apenas me vaya de este continente y pise de nuevo ese donde yo ya tengo otra vida? También es que en medio de las nostalgias me ha dado por leer los cuadernos viejos, donde están escritos mis días, mis ideas, donde reposa mi cabeza desde hace tanto tiempo. Lugares donde mis palabras se derramaban como un asunto obsesivo, como una huída a la soledad tan absurda de la que sufrí, tal parece, tanto tiempo. De pronto, me pregunté para que escribir tantas historias, tantas ideas tan íntimas que nunca saldrán de esos cuadernos, que son una historia anónima, fragmentada, sin hilo conductor mas que mi memoria, y que apenas yo muera, me vaya, sera ultrajada, olvidada, quemada, violentada por ojos curiosos, recuerdos prejuiciosos, o peor aun, se quedaran en silencio como quisiera que se quedaran, pero tal vez traicionando la esencia misma de escribir: construir una memoria, una historia para ser contada.
Entonces para qué escribir esta historia, si nadie o mas bien unos pocos van a leerla, para que seguir escribiendo mi historia sin los suficientes detalles mas que estos pensamientos adolescentes cuando soy una mujer casi llegando a los treinta. Eso de llevar un diario se me va volviendo un muro de lamentaciones, deseos incumplidos, inalcanzables y sueños olvidados. Para qué escribir esta historia mal contada sin siquiera atreverme a contar más historias, historias reales mas allá de mi cabeza.
Pero escribir parece ser una necesidad ya no tan obsesiva pero si tan paliativa. Pareciera que sentir el papel debajo de la tinta a través de mis dedos, las teclas sonando al ritmo de la chicharra o del silencio de la calle, fueran los tratamientos precisos contra este mismo mal solitario de rumiar las mismas ideas en mi cabeza, como un perro comiéndose la cola y cerrando círculos que obstaculizan la visión. La cabeza se hace un nudo y es solo en este preciso momento en el que hay una lucidez, un descanso. Entonces el nudo se deshace y va cayendo lentamente sobre la hoja en blanco. Hasta que la cabeza no se siente constipada, la respiración se normaliza, la soledad de nuevo, se siente a gusto.
Tal vez sea este ejercicio uno de los pocos que en medio de deshilar las ideas, me permite estar en presencia total de lo que hago. De alguna manera, como un acto de contrición, escribir se vuelve una meditación, sobre mi misma, sobre esa sensación terrible que agita el corazón haciéndolo latir mas rápido y a un ritmo desacostumbrado.
Pero escribir sobre lo que pasa, esa tristeza infinita de no ser capaz de nombrar lo innombrable, de sentir que esa vida que tuve toda la vida, se va deshaciendo, se ha vuelto un espejismo nostálgico que se desvanece al perseguirlo. Ya nada es como era, sin duda, no lo sera después. La vida la he partido en dos mitades que hoy parecieran irreconciliables y que al pensarlo así, siento ese peso de lo radical de este juicio. Nada tan temporal como este sentimiento, pero tan certero y real dentro de mi cabeza. Vuelvo a sentir miedo de hacerme una exiliada mas, vuelvo a sentir miedo de mis pensamientos que como látigos me castigan en prisiones invisibles. Es como si quisiera atrapar agua en las manos, pero todo el tiempo cae entre los dedos y nada, pero nada pareciera permanecer. Todo va cayendo y allá abajo, no somos, son solo personajes solitarios tratando de agarrarlo todo pero perdiendo casi todo como un cedazo roto y viejo.
La alegría consiste solamente en esos pequeños momentos en los que pareciera que la caída se detuviera porque la presión del agua ha disminuido y solo queda entre las arrugas de las manos, unas pocas gotas que pronto serán tantas que harán parte igual de ese olvido en caída libre.
¿Nadie acaso siente esa soledad extrema? De vernos tan cerca pero luchando tan solos por esas ideas, por salvar nuestro propio pellejo, por vivir una vida, cualquier vida, la que escogimos o nos tocó, en medio de las pequeñas tragedias cotidianas, mentales, inundadas, otra vez por esa agua solitaria que humedece todo?
Dicen que escribo cosas muy tristes. Tal vez es que es el remedio a la tristeza. Ir dejándola palabra a palabra porque ellas, las letras no responden ni con gritos ni con desdén. Se dejan del gris y la humedad de las lágrimas no lloradas, ahogadas en medio del agite diario, de la frase interna, de ser fuerte a como de lugar.
Esa obsesión porque la vida no cambie, y tratar de detener su fluir.
No, no.
Seamos siempre niños en el patio de la casa con el sol de la mañana, seamos abrazos de oso antes de ir a dormir, sonrisas por un dulcecito al día, seamos siempre idealistas radicales, jóvenes con ganas de comernos el mundo, seamos hippies llenos de flores volando entre nubes, que no pasen las tardes de buscar figuras entre las nubes. Que no se acaben los caminos entre el bosque, que los rayos de sol que caen sobre el rio no cambien, no cambien.
Pero la luz cambia, las nubes se van, ya no hay tantos te quiero, ni as sonrisas permanecen siempre. No hay príncipes azules, ni hippies que no se vean decadentes. Los caminos se acaban porque no hay casi bosques, y las películas no tienes finales felices.
Ya nada es como antes, porque antes tampoco fue mejor.