Solo pensamientos, historias por escribir para que luego no las olvide. O solo para sacarlas de la cabeza...

lunes, 25 de febrero de 2008

Apuntes de la avaricia

Ir a un casino.


Mi papa me enseño a jugar sin apostar plata porque a mi mamá no le gustaba. Crecí apostando frijolitos, y nunca ni una moneda de 50.


Un día fui a un casino, de mala muerte en la calle la bastilla. Había todo tipo de gente sobre todo hombres, que espichando un botón ponían a rodar la maquina, tantas veces como la repetición y la aburrición lo permitían. Los casino son lugares fantásticos, cualquiera, el de mala muerte o el Caribe de la playa. Son lugares extravagantes, con olor de habitación encerrada, vicio y cigarrillo. No se pueden tomar fotos, no hay relojes ni ventanas. De alguna forma ir a una casino es algo anónimo, nos es ni positivo, pero tampoco es algo malo ni avergonzarte, no es un secreto, pero tampoco es algo público. O sea que si termina siendo un secreto… Es el lugar en el que todos los que vamos, compartimos un secreto que es público, pero que sigue siendo tan intimo, que sigue siendo nuestro secreto. Es un lugar aislado, del tiempo y del espacio. Para pasar la aburrición, ahogar la desesperanza, o para la fe en la suerte, para huir de tu mundo y estar solo frente a la maquina. Uno y la máquina, llena de colores, como si la vida fuera así. Una maquina tragamonedas (en extinción porque la mayoría tragan billetes) Traga sueños-esperanzas-miedos-almas.

Y que sentía yo frente a la maquina?

Que me gana, casi siempre. Pero cuando gano, pocas veces, siento que puedo seguir ganándole a la maquina que se trago mi dinero. Siento, la mesura que me mide, que me rescata y que al final, me aburre. Luego cuando llego a mi casa, me lavo las manos.

Pierdo 2000 o 3000. Nada, la verdad. Me demoro una hora, me entretengo, pierdo la noción, me siento estúpida, (habría que ir muchas veces para dejar de sentirme así, para poder entender las lógicas del juego y del jugador) observada, y sobre todo observadora. Me pregunto cuál es la gracia. El póquer, pienso, debe ser más entretenido o la ruleta, la que suena apostándole al color y al número, el negro de muerte y el rojo de sangre. Al número que ojala sea impar, que me dan mejor suerte.


Los juegos de azar, la suerte y los números

Hay gente que vive de los juegos de azar, de jugar cartas, dominó, ruleta, bingo, chance, lotería. Hay gente, no sé si la misma, que sueña con el premio gordo y cada ocho días pone sus 10.000 pesitos en una combinatoria de números absurda que se vuelve infinita y que para ganarlo se necesita más que suerte., que los sueños, que los 10.000 pesitos.

Claro que es distinto. Esos que juegan y apuestan en cartas o dominó, tienen ganas de ganar pero es con astucia, viveza, con la intención de pasar el rato, conocer al vecino y ganarse un premiecito gordo, a punta de los números, a veces trampas, discusiones y también golpes. Para que este mes pueda pagar los servicios, o comprarse un tv, o para poder volver a jugar al otro día. Allí se arriesga la picardía, a ser pillado y a ser el más hampón de todos.

Ahora, están los que hacen chances todos los días, juegan loterías, que la extra, que la Boyacá, que el paisita, que con cuña o combinado, todos los días, la fracción o el billete completo, los que hacen el baloto, o el ganagol (como si los números, el dinero y el futbol fueran una combinación divina) regularmente, como una cita con la suerte que no se pierde, ahí está su felicidad futura, porque hoy como están las cosas, no vamos para ningún Pereira, no alcanza ni pa la leche, no hay un futuro, ni próspero, ni pobre, ni nada. En cambio el premio gordo nos soluciona los problemas, nos hace más felices y ahí si hay un futuro. Además que a veces es tanta plata que uno al final no alcanza a saber si sería mejor gastársela eternamente o… ¿Y si se acaba?

Mejor guardarla para el futuro.

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