Solo pensamientos, historias por escribir para que luego no las olvide. O solo para sacarlas de la cabeza...

miércoles, 19 de diciembre de 2012

La venganza de las cosas perdidas


Yo me acuerdo cuando en Navidad me regalaron un buso blanco con un dinosaurio. En un paseo de domingo días después del regalo, fuimos en el carro a Copacabana a comer mazorca al lado del camino. Me acuerdo muy bien que paramos en un estadero y que el sol brillaba y que hacía calor. Luego me acuerdo que cuando dos horas mas tarde ya estábamos regresando a casa, justo en la puerta lo recordé todo como una gran iluminación: había dejado mi hermoso saco blanco de dinosaurio en la silla rimax del estadero. ¡No! ¿Por qué había olvidado mi bonito saco de dinosaurio allá? ¡Tan terrible ese sentimiento de que pudo haber sido diferente "si..."! Pero no, no fue diferente y el buso blanco con su dinosaurio, tal vez un Brontosaurio que era de mis favoritos, se fue para siempre.

 Y así pasaba siempre conmigo. El control de la televisión era un objeto al que tenía acceso restringido, porque después que yo lo tenía en mi poder siempre se perdía. Mi papá lo encontró alguna vez en la nevera. Y yo nunca me di por enterada. Recuerdo que a mis 7 u 8 años al inicio de año mi mamá me había comprado una lonchera rosada de unas muñecas rockeras que no recuerdo su nombre. Lo único que me interesaba de la lonchera era el color. Fucsia fosforescente. Aun recuerdo el olor del plástico nuevo y la ilusión de poner nuevo mecato adentro, y subir al bus del colegio con mi lonchera en la mano como una recompensa de nuevo año. Y ella meciéndose en mis manos después de decir alegremente "Buenos días!" . Pues si. Que para la hora del descanso ya estando en el colegio me di cuenta que ya no tenía lonchera. La había dejado en el bus, después de la entrada triunfal. ¡No, no! Y desde entonces, mi mamá no me volvió a comprar lonchera. Años después alcancé a montarme al bus del colegio sin morral. Sin libros. Nada. Como si fuera de paseo en vez de ir a estudiar.

Mi papá seguía insistiendo que algún día iba a dejar la cabeza en cualquier parte. Por eso tomé el hábito, solo cuando lo recordaba, que cada vez que me bajo de un taxi mirar que no dejo nada, o en el bus no dejar una bolsita por ahí, o en un restaurante, revisar que estoy completa. Y cuando no estoy con mis cinco sentidos, léase borracha, siempre estoy atenta en mi cartera revisando que tenga todo: mi teléfono, mi billetera, o cualquier otra cosa importante que tenga ahí.

He intentado cuanta estrategia hay para no olvidar cosas, pero los olvidos me asaltan de formas cada vez mas curiosas. A veces incluso he salido en pantuflas de la casa, sin acordarme que tengo que ponerme los zapatos. Y bueno, ¡Eso va siendo la tapa! Pues si, hay indicios que dicen que aun hay esperanza para mi: a veces me sorprendo que las cosas están puestas en su lugar. Que salgo de casa con todos los implementos para trabajar, que ocurra con menos frecuencia...

Aunque ahora que lo pienso...aun a veces me pasa que salgo con la cámara sin la batería, o sin el computador justo cuando voy a la biblioteca. Si, si... ahora que lo pienso parece que todavía pasa. Tal vez es que ahora me importa menos. Tal vez es que ahora mis olvidos son míos y aprendí a vivir con ellos. Ahora veo mis olvidos como un signo de no estar aquí. De no estar consciente como muevo mis manos, de estar pensando en lo que me voy a poner pasado mañana, o como voy a empacar la maleta del próximo viaje, o como le pude haber respondido a esta persona o a esta otra, en vez de pensar en lo que estoy haciendo ya. Siempre, siempre resulta que cuando después de no estar "presente" sucede que he perdido algo, olvido algo importante, paso algo por alto.

 Pero perder la billetera es un aviso de preocupación máxima.

Hoy he escrito después de darme cuenta que había perdido la billetera "Parece que me estoy desbaratando". Primero fue una berenjena olvidada en el supermercado justo después de pagarla (que de solo imaginarme la escena me da risa de la ridiculez), y luego esto. Entonces sucede el deja vú, un recuerdo fiel después de recopilar los hechos: saqué dinero en, luego hice esto, luego aquello, y entonces cuando me fui del salón de clases, con la cabeza grande tratando de entender como un computador entiende lo que significa el "brightness" de un LED, me doy cuenta que ahí se quedó mi billetera, como la Berenjena, esperando a que yo la tomara de vuelta y la pusiera en mi mochila. Pero no, con la cabeza precisamente en otra parte, la deje ahí. Olvidada tal vez para siempre.

Como esta enfermedad del olvido la llevo conmigo desde siempre, aprendí a hacer estos recuentos y entonces logré a tiempo ir a la universidad y bueno, ahí estaba la billetera, en la primera fila de un salón lleno de alemanes mientras yo en medio del desespero y la tranquilidad sonreía en medio de la estupidez, diciendo "Danke schön".

Cuando pierdo algo, me cae todo el susto es después de recuperarlo. Aprendí a no perder la cabeza antes de buscarla. Porque se, lo sé, es peor. Y bueno cuando se pierde algo, cuando olvido algo en un bus, tantas veces que me ha pasado y tantas veces que me ha dolido, tantas veces que me he sentido tan absolutamente tonta, tan inútil, procuro entonces no enfadarme mucho, porque entonces viviría siempre enfadada conmigo y con el mundo. Lo primero que hago es detenerme. Recontar mis pasos y actuar de una! Devolverse, preguntar y esperar encontrar algo. Lo que me he dado cuenta es que no soy la única a la que le pasa. No, no. Y el mundo nunca se acaba después que yo olvido algo, de hecho, ojala lo hiciera, y así acabaríamos con este asunto, pero por suerte, o por mala suerte nunca se acaba.

 Hoy la berenjena se ha vengado de mi. Pero algo de mi buena suerte se ha compadecido de mis olvidos. Y nada del mundo apocalíptico que imaginé de una navidad sin billetera en un pueblito en medio de Alemania y sola, se hizo realidad.

Perdón Berenjena.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Nieve/Schnee


Ahora hay cielo azul y la nieve bajo los rayos de sol se derriten como llorando, llorando porque la nieve muere, porque ha llegado el sol, porque sigue el invierno. Asi como mi corazón.
Esta es mi ventana, mi paisaje de los días tranquilos. La vista que me trae nostalgia, con un cierto desdén, y al mismo tiempo con cierta curiosidad. 

Es el color del exilio. Del ser extranjero todo el tiempo. 

jueves, 29 de noviembre de 2012

29 el 29

Ya he dicho muchas veces que no me gusta cumplir años. Pero yo he cambiado, o mas bien he aprendido. He aprendido otras cosas. Y aunque ahora no llega sino las nostalgia que se aloja como un vacío que busca llenarse hasta aguar mis ojos, y me siento triste, triste, entonces voy a hacer una lista de las cosas bonitas que descubrí en el último año.

- Sigo intentando hacer las cosas por mi y solo por mi. Es una lección larga de aprender. Pero cada vez se aprende mas.


- La vida es ya. No hay que esperar a que suceda nada. Porque ya esta sucediendo.

- Voy a disfrutar, asi a veces me sienta muy triste y asi a veces no quiero seguir con la vida y así todo sea gris y así las cosas no sean perfectas como me gustarían.

-Los mundos perfectos no existen ni en Disney. Siempre hay un malvado, y en mi vida no hay ni príncipes azules, ni castillos de cristal. (Así a veces lo parezca y aun me lo crea)

- No se que quiero existencialmente, pero tengo unas pistas de lo que no quiero y de lo que quiero hoy, a cada segundo. Por ejemplo, ahora quiero llorar.

-Talento es adaptar el talento a las circunstancias.

- Lo que ha pasado en mi vida, ha sido mi culpa y mi logro. De nadie mas. Como dice Amparo Grisales, nadie me quita lo bailao'

- Quiero ver el mar una vez al año por el resto de mi vida y los años que me queden.

- Hasta la remolacha me está empezando a gustar.

- Quiero escribir.

- No voy a vivir del arte, pero mientras tenga y decida ejercer ese oficio, me lo voy a parchar. Y no quiero hacer nada aburrido. Tiene que ser divertido.

- Kopfkino: lo que está en la cabeza, no sucede en el mundo real.

- Nunca voy a estar lo suficientemente vieja para nada. La vida da tantas vueltas y aun hay tantas por rodar.

- Tengo miedo de envejecer y darme cuenta que no hice las cosas que quise y que no amé lo suficiente y que no enfrenté la vida y que huí de mi misma. Entonces quiero amar sin medida, hacer todo todo lo que quiero, y enfrentar los mas terribles miedos.

- Nadar me tranquiliza. Meditar me estabiliza. Yoga me hace fuerte. Tengo que practicar mas las dos últimas.

- Llevar mis decisiones hasta las ultimas consecuencias. Aunque siempre puedo dejarlo todo, hacer hasta lo último por intentarlo. De pronto al final no es tan terrible.

- Este año tuvo bonitos amigos y muy buenos amigos, muchas sonrisas, mucho amor, mucha buena comida, conversaciones preciosas con la mujer mas importante en mi vida (mi mamá), mucha buena música, mucha inspiración, mucha admiración, muchas metas propuestas, logradas y cumplidas.

- Quiero estar tranquila. Y haré todo lo posible por estar así.

- Quiero volver a Colombia. Un día. Esa es mi tierra y mis recuerdos.

- Mientras tanto muevo mis pies como raices liquidas.

- Extraño mucho a mi papá. Pero ahora sé que cosas bonitas y otras complicadas heredé de el. Y eso me hace sentir menos sola.

- Me gusta sentirme guapa. Me gusta mi cuerpo. Me gustan mis carnes.

- Me gustan los placeres terrenales.

- Hay que creer en la magia para que exista. Y hay que emborracharse de belleza para no ahogarse en la rutina.

Cumplir 29 años el 29. Eso es como pasar de un milenio a otro, cumplir 50 años. Sucede una vez. Y mientras me acerco a los 30 precipitadamente no puedo sino estar agradecida por un último año muy intenso.

Y esto parece que sigue. 

miércoles, 7 de noviembre de 2012

La Washingtonstrasse



Desde Goetheplatz tomamos la Schwanseestrasse, la calle del lago de los cisnes. Decimos adiós mientras pasamos por la piscina, porque no hay cisnes y yo tomo a la izquierda la Washingtonstrasse. La Washingtonstrasse con una pequeña subida y que se lee con V y no con W, me gusta en las noches porque siempre está sola. Además por que por esa misma calle llegué caminando la primera vez que llegué sola a Weimar, porque ya era el día de quedarme, dejar Berlín y empezar una vida en esta ciudad. No tenía muchas expectativas. Estaba más bien resignada cumpliendo los planes trazados. No sabía que esperar, no sabía que iba a pasar al siguiente día. Esa noche caminé desde la estación, tenía la mochila muy pesada y tomé la Washingtonstrasse siguiendo la recomendación de Googlemaps como camino mas corto para llegar a mi casa. Entonces cada vez que paso por ahí me acuerdo de esa noche, por la oscurasola noche de esta ciudad. Entonces estaba hoy en mi bici, y le dije adiós y pedaleé con ganas para subir por la Washingtonstrasse, y entonces sentir el vientecito frío mientras mis piernas tiemblan del esfuerzo y digo para mi misma, tengo que hacer mas deporte, pero sigo, pedaleando, y es ahi cuando pasa, siempre que paso por la Washington strasse, que después de subir siento el olor, de los recién bañados, de vapor del baño de los que toman el baño en la noche, el olor de shampoo que inunda la noche, la luz de las lámparas, el viento hasta mi nariz.

Cierro los ojos. Y ahí me quedo un segundito, en la mitad de la noche, en la mitad de la calle... tan afuera, tan adentro de cualquier piso de cualquier vecino de la Washingtonstrasse.

Entonces sigo despacio, porque aunque ya voy a llegar a casa, me gusta ir por la Washingtonstrasse cuando huele a baño caliente, noches húmedas, calor de hogar, final de un largo día. Luego llego a la Erfurter Strasse. Justo en la esquina es mi casa. Miro al último piso para sospechar quien hay en casa, ya no huele al recién bañado, ya quiero llegar a casa. Me apuro. Siento de nuevo el frío, las piernas cansadas, el sudor por mi espalda. Ya quiero llegar a casa. 

lunes, 5 de noviembre de 2012

The fool on the hill




Ya no me acuerdo cuándo fue exactamente. Me acuerdo de una tarde fría de primavera, tal vez verano, queríamos el punto más alto de Londres para ver el atardecer. Estábamos los que éramos en ese entonces, desconocidos y conocidos que una ciudad pone juntos y revueltos para pasar días para sobrevivir a la distancia y a la soledad. Había sido una tarde loca y la colina era lejos, muy lejos. O así me pareció. Nos montamos en cuanto tren pudimos y desde allí con el viento en la cara el tiempo pasó despacio mientras las nubes iban lentamente cambiando su forma y sus colores y la ciudad abajo iba prendiendo lucecitas una a una como en un juego, para ayudar a la oscuridad a ver mejor. En el mismo lugar muchos años antes, en la misma colina, estaba Paul, según cuenta la leyenda y mientras buscaba a su perra Martha, vio un hombre de traje, solo un momento o un Augenblick como dicen en alemán, cruzaron un saludo, pero después el extraño hombre desapareció. Dice la leyenda que en esa colina, Primrose Hill, nace la canción que Paul escribió después, The Fool on the hill y que yo en mis días de invierno temprano he descubierto mientras observo el gris de las nubes que cambia mostrando una increible variedad de grises nunca antes vista ...Sees the sungoing down , And the eyes in his head, See the world spinning around.. . Y miro las nubes, como las miré ese día y pienso en el mundo como el The fool, y veo la luz del sol que se mueve rápido en mi cuarto, las nubes corren rápido una detrás de otra y no despacio como esa tarde de esa primavera y quién sabe si cómo Paul ese día las vió. The fool parece ser el extraño señor de Primrose Hill, donde una vez yo estuve viendo el atardecer, después de caminar esa Londres que como un espejismo se esfuma apenas uno la quiere tocar. Y mientras The Fool suena como un mantra, mi mente va lejos en la memoria, al olor de la madera del techo, al sonido del disco en el tocadiscos, a la voz gruesa de mi padre, a las tardes de domingo y mucho sol.


La misma colina, una canción y mis recuerdos en los días grises que pasan por la ventana. 

martes, 16 de octubre de 2012

Una casa. Dos años.


Ahora me paré de la cama porque tenia que ir al baño. Es viernes tres de la tarde. Entra el sol por la ventana y las nubes se ven corriendo en el cielo. Me levanté entonces y abri una puerta. Es la puerta de mi habitación para dormir. Que da a mi habitación-oficina. Luego abrí otra puerta y vi el hall del apartamento en el que vivo. Es viernes y mis compañeros de piso se van o ya se fueron de fin de semana. Yo también me voy mañana. La casa está en silencio, tal y como yo la dejé hace dos horas. Los platos sucios en la cocina, el olor del ajo de la pasta. Es mi casa, es también la casa de otras tres personas. Al sentarme en la baño a orinar pienso en eso de la casa. Este lugar extraño al que llegue hace mas o menos 6 meses y se volvió mi casa de repente. Aun está el radio sobre la calefacción. Creo que nunca lo he encendido. Hace seis meses me sentía extraña. No hacía muchos ruidos, así estuviera sola. No abría y cerraba las puertas a mi antojo, porque no quería salir a los espacios comunes a departir con un montón de extraños. Hoy apenas recuerdo esa sensación. Pero ahi está.

Qué tan fácil construimos hogares temporales, qué tanto o tan poco necesitamos para vivir en alguna parte. No necesitamos tener en la cocina pocillos iguales o repisas para los libros o una mesa de noche de madera. No necesito sino dos toallas para bañarme, y un par de juegos de sabanas. Tengo una casa temporal. No me sirve de mucho planear más allá de cosas que están fijas, porque en cualquier momento cualquier cosa puede cambiar. Son plazos medianos, metas cortas, día a día.

Me fui hace dos años pensando que me iba a ir tres años máximo y ha pasado tanta agua bajo el puente, han rodado tantas piedras, mi cabeza ha dado tantas vueltas, todo hoy es tan diferente.

Desde hace dos años me fui a vivir sola, muy sola al otro lado del mundo, de mi casa, de mi gente, de mi empresa, de todo lo que toda mi vida me acogió como un refugio perfecto. Sehnsucht (Búsqueda de ver, ver en la búsqueda) debió haber sido lo que me picó en algún momento cuando decidí irme, irme lejos, sin saber muy bien a qué, cómo y por qué.

En el camino he encontrado razones y las he desechado también. Es esa obsesión de sentirse extraña y esa misma maldición que me atrae y rechazo al mismo tiempo. Es la distancia la que me hacer ver mi gente, mi familia de otra forma. Lo que fui, lo que hice durante tanto tiempo con tanto ahínco y terquedad. Es el camino recorrido por un avión, el caminar a los trenes todos los días, las tardes solitarias, el frío de una tarde mientras se ve caer nieve. Ver a un viejito borracho bajo un árbol alegando en un idioma incomprensible que no alcanza al alemán, es sentirme sola tan sola, que la soledad se esfuma lo que me enfrentó a mi misma, sin nada que me cegara, con una certeza imposible de evadir.

Tal vez había que ir tan lejos para poder entenderlo.

Son dos años. Dos años en los que he ganado un montón y he perdido otro tanto. Mi memoria se llena de nostalgia mientras borra o modifica los años anteriores en la tierra paradisíaca y maldita que es Medellín. A veces me asaltan los sueños con llamadas tristes, con viejos amigos, con lugares que ya no volverán. Con personas que ya no están, o que están más lejos de la distancia física.

Ahora vivo en un pueblito, mi corazón late por otro amor, tengo una lista de pequeños descubrimientos que anoto en un cuaderno y en un papelito, para que no se me olviden. Voy a nadar en las noches frías para mover el cuerpo y centrar la cabeza. Hago una torta de zanahoria deliciosa, grasosa pero deliciosa. Vivo con personas extrañas que poco a poco se van volviendo cercanos. Tengo buenos amigos aqui tambien cerquita. Y me hago la amiga de muchos otros, así no seamos amigos de verdad, así solo tengamos para ofrecernos sonrisas desde el otro lado de la calle. Tengo un cuaderno para escribir cosas bonitas y ya no me salen monstruos cuando hablo alemán. En mi mesita de noche hay un globo terráqueo para viajar antes de dormir, un atlas de islas apartadas para soñar con lugares donde no haya nada, nada, un atrapasueños por colgar en la ventana para que no se escapen en caso de emergencia.

Llevo dos años y dos meses en este viaje. O un poco más. Estoy contenta. Los días se llenan de mis caminos que mis pies pisan día a día. Y nadie mas que yo, soy la que camina.

lunes, 15 de octubre de 2012

Kabak y Capadocia. Turquía parte III


10 de agosto.

Esta vez no tomamos un bus nocturno al sur. Pero si un pequeño bus que nos llevó hasta Fethiye. Ahi dormimos en el hostal mas barato que encontramos, dormimos en el mismo dormitorio que un Australiano antipático, tanto como nosotras. Fethiye es húmeda y no tiene nada muy interesante. Es la primera parada al mar. Aquí ya hay mar, solo que hay yates y un puerto deportivo, que hacen de la ciudad cara, muy cara. Mañana la idea es salir de aqui a Kabak. Eso como que es al fin del mundo.

11 de agosto.

El paraíso tiene otra sucursal en el sur de Turquía, lo que se conoce como Asia Menor frente al Mediterráneo. Entre pinos y árboles de olivos, como en los dibujos de la biblia, viven hippies turcos que le dan hospedaje a mas hippies, parejas enamoradas, o chicas y chicas cualquiera que buscan el fin del mundo sin cansarse.


Reflections Camp queda en la montaña. Para ir al mar, hay que bajar por un caminito, mas o menos 5 minutos hasta la playa, Kabak. Una playa pequeña en una bahía con aguas azules turquesa. O ¿verde turquesa? Es de un Australiano que se llama Chris. Que habla poco. Y hace mucho, mucho calor. Ya bajamos al mar. Ya nos bañamos en un baño al aire libre, que según el libro mágico, Lonely Planet, la mejor vista del mundo para cagar. Y si.

Tengo 4 picaduras de bicho extraño en mi cara. Siento la cara caliente, caliente. Las ronchas crecen. Y me pregunto, ¿Es que soy tan citadina?

12 de Agosto

Estoy frente al mar. Uno siempre debería pasar unos días todos los años frente al mar. Son las 10:00 y la playa está casi vacía. El sol está en mi espalda y así me ofrezco como carne fresca y dulce para los zancudos.  Donde dormimos es un Bungalow abierto con mosquitero en cada cama. Nos despertaron los gallos y el fresco amanecer. En la noche desde mi cama se veían estrellas. Un cielo estrellado brillante. Respiro profundo, las olas en su ir y venir constante, la brisa cortica que roza mi cuerpo.
Mi cuerpo, mis carnes generosas, mis gordos, mi piel que guarda rastro de mis años, de los días. Las huellas del tiempo en la superficie de mi cuerpo. Ahora me miro en el espejo y veo los años. No es que me sienta vieja, sino que ya no veo una niña. Mis carnes generosas han perdido elasticidad, la superficie tiene más arrugas, la textura es otra. Hay mas pecas, estoy más blanca. Así es mi cuerpo.

En mi cabeza pasan las historias de los libros que he leído últimamente. Diario de un Libertino, en la que la novia del libertino, una mujer mayor que el, profesora se muere por ser alérgica a la universidad. En eso pienso cuando veo mis picaduras de animal extraño, posiblemente resultado del hostal de mala muerte en Fethiye. Ácaros o pulgas.

13 Agosto.

Frente al mar. Sobre el mar.

Este mar no es intempestivo, aunque su fondo rocoso dificulte un poco el asunto. Las olas entonces arrastran con su fuerza natural las piedras, y también a los bañistas al salir del agua. Donde habré leído algo bonito sobre las piedras? En alguna parte, sobre las piedras... Es un mar muy salado. Se puede flotar fácil, sostenerse sin cansarse aun si no se toca el fondo. Solo hay que dejarse llevar. Sigo preguntándome que quiero de la vida y si tendré la valentía de vivirla. Estar aquí me deja sospechar que huir del mundo, de la vida moderna, no es necesariamente lo que quiero. Aunque este sea un pequeño paraíso escondido, no se si un lugar así, tan a espaldas del mundo, sea el lugar en el que quisiera vivir el resto de mi vida. Entonces, no me queda sino enfrentar el mundo, es decir, enfrentarme, lo que hay en mi mundo. Lo que sale de mi. Si huyo de mi misma, ese mundo solo estará lleno de huídas. ¿Será que pienso demasiado? ¿Es otra forma de evitar la vida? El mar. Al mar!


Me estoy leyendo "Nido Vacío" de la Inspectora Petra Delicado. Entretenidillo el libro. ..."Protesto y protesto, sin saber muy bien contra quien. ¿Contra Dios, el destino, la mala suerte, la genta, la vida, o el orden mundial?... Creo en tan pocas que nunca encuentro tribunal al que apelar y siempre acabo cargando la responsabilidad sobre mi misma... La felicidad consiste en tener un buen carácter: sereno, equilibrado y humilde. Eso, mezclado a la carencia total de aspiraciones, arroja un cómputo infalible: no se es desgraciado, sinónimo más aproximado de ser en este mundo perro feliz" ..."Paso libre, adelante, hay que aguantar y seguir en el camino, mientras las calles son las que son..."

Anoche vimos estrellas fugaces. Pedí muchos bonitos deseos. Mucha fuerza. Yo no quiero huir.
Se acaban los días en este paraíso. Sigamos el viaje. Que a eso vinimos. A viajar.


Ver el mar. Siempre llena el alma. 

18 de agosto. Capadocia.


Llevamos creo que tres días en Capadocia. ¿Quieren conocer otro paraíso? ese es Capadocia. Tenía miedo de las hordas de turistas, pero Capadocia es tan amplia que hay espacio para todos. El clima es maravilloso. Basta de ese calor húmedo. Las noches estrelladas son frescas, muy frescas, y los días soleados, pero no son infernales!


Capadocia es un lugar para caminantes, para caminar y perderse, para escalar, para reírse, para ver la naturaleza y el tiempo, y la historia todo junto, todo. Uno alcanza a ver el atardecer desde el tope de todas las montañas y se ve todo, todo, y el sol entre las nubes y uno de pronto se siente un poco como Simba en el rey león. Casi el rey de la selva, o tal vez lo contrario, pleno de ser tan insignificante, tan mortal en medio de lo fuerte que es este paisaje construido con el viento y sobre la piedra. O la arena. Tan insignificante en el tiempo.


En Capadocia se recomienda hacer auto-stop y no tomar ningún tour guiado. Caminar mucho.
Estas son las tierras de los caballos. Anatolia. La tierra también de las madres. Porque Ane, es en turco, madre.


Estamos quedándonos en Ürgüp con un señor couchsurfer que se llama Bruno. Bruno es francés, de Nantes, tiene 53 años (los mismos que mi papá cuando se murió), es cartero de profesión inicial, y luego de otras varias. Viena a Capadocia a pasar el verano, por el buen clima y para ahorrar dinero. De barbas largas y pelos alborotados, una barriga grandota y pies de elefante, Bruna va a centro de la ciudad con su Scooter y fuma en las tardes en la mesa del patio mientras conversa con sus huéspedes. De su trabajo como guía turístico aprendió ser un gran host y así recomienda rigurosamente a sus huéspedes todos los días un plan a seguir.

De sus recomendaciones nosotros, entre la tranquilidad de Emre (un amigo turco) y nuestra facilidad de perdernos y así perder el ritmo y la concentración hicimos solo partes. Me gusta dejarme sorprender por el paisaje, y disfrutar del camino. ver las flores, ir tomando moras de los arboles, moras gigantes y jugosas, uvas de los viñedos que crecen en estas tierras que parecen áridas y secas pero que en realidad son super fértiles o eso parece. Conversar con los buenos hombres en el camino, que siempre ofrecen agua, limonada o te y así ofrecen al mundo su esquina en medio de las rocas milenarias de Capadocia. ¿Para que viajar si el mundo llega todos los días a ti?


Hoy nos hemos levantado a ver los globos que vuelan sobre las rocas justo al amanecer. No pudimos hacer Hitchhiking (lo que me recuerda al Autoestopista intergaláctica de Adams) hasta el punto cercano donde se ve mejor todo, pero caminamos hasta cerca de la casa con un perro que llamamos Tony, paticortico y blanquito.



No me hubiera imaginado que existe un lugar todavía en el mundo en el que se puede hacer Auto-Stop. Aquí está.

Creo que este es el fin del relato. Hay fotos, muchas fotos. Y mas textos y algunos videos. Esperemos que salgan a la luz algún día.

Turquía llenó mis pulmones de buena energía. Ahora que venga lo que sea. 



jueves, 30 de agosto de 2012

Memorias de viaje: Donde los griegos y los turistas




Decimos adiós a Estambul en un bus que durante tres horas recorre el monstruo entre la oscuridad de la noche para montarse en un Ferry y continuar el camino a Selçuk. El bus tenía a falta de baño, pantallas en cada silla y Wi Fi. Claro que las pantallas servían poco, ya que las películas en turco no son nuestra especialidad. Mientras aprovechaba como una adicta el internet en mi teléfono en la pantalla pasaban una película de animales en vía de extinción. Animales del mar como las tortugas, delfines, y demás que nadaban en silencio mientras nos tomó tres horas salir de Estambul y poder montar el bus en un Ferry.

Es mi primera vez en un bus en un Ferry. El mar no se ve. Pareciera que flotáramos en la nada. Solo unas luces divisan las orillas. Y la luna da cuenta del agua. Son 30 minutos que ahorran como 4 horas más de viaje.


Siempre he odiado viajar de noche y tener que dormir en un bus. (O en un avión) pero parece que el odio me lo tengo que guardar. Al que no quiere caldo que le den dos tazas. Tenga para que lleve una noche interrumpida cada dos horas por cada parada al baño. Lo más curioso de la noche y la experiencia del bus en Turquía es el bus-mozo: chiquillo de 17 años, de corbatín y sonrisa fácil. Hace su trabajo muy bien, de habilidades sociales y lingüísticas inigualables. No nos dejó dormir ofreciendo te cada hora, pastelitos y limpiando nuestras manos con alcohol. Es decir, una noche larga y particular.

Llegamos al Otogar  (estación de buses) de Selçuk. El mapa nos indica que la ciudad es bien pequeña y que el hotel, Boomerang Guest House, queda a 5 min caminando de allí.

Llegamos a dormir.

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Hemos dormido mucho y hace mucho calor. No quiero quejarme del calor, pero parece que he perdido la práctica en el norte. Estoy contenta de viajar de nuevo. Se siente distinto, y no siento miedo alguno por el viaje ni por Turquía. Me gusta. He tenido sueños muy pesados, extrañas pesadillas de las que me levanto con un grito en el sueño, antes de gritarle a todo el dormitorio.

Ayer después de descansar la familia dueña del hostal muy amablemente nos invitó a un laguito como a 5 kms, para tomar un corto y refrescante baño en agua muy muy fría. Así viajemos en la noche para aprovechar el día siguiente, resulta que ese día tiene bajas baterías y rinde solo para aclimatarse.




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Hoy fuimos a Ephesus. Donde los gatos caminan entre las piedras entre siesta y siesta y los turistas en masa escuchamos historias, imaginamos lo inimaginable y nos tomamos fotos estúpidas. (pero tiernas, divertidas, en fin)





Ephesus, ciudad griega y luego romana, de la que quedan muchos restos, pero dice la leyenda y la historia, que las mejores ruinas están en los museos: el británico y en Viena. Demonios. Se roban la historia para guardarla en museos. Aunque otros dirían que es la mejor forma de conservarla. Sin embargo.



 

Nos pegamos del libro mágico y de los tours que en diferentes idiomas nos iban contando, el teatro, los baños, la biblioteca, el mall comercial, las casas, y así, escuchando comparaciones estúpidas, como "en tiempos de los griegos no había twitter, por tanto era el ágora el sitio de discusión" íbamos riendo, haciendo pausas, mirando los gatos, imaginando los tiempos.




Lamento no haber escuchado mis clases de historia del arte en la universidad. Pero creo que estar aquí vale más que cualquier otra clase. Lo que veía en los libros o en filminas a las 6am, era terriblemente aburridor. Ahora bajo este sol inclemente me gusta ver y tocar las piedras. Recordar los nombres de las columnas, dóricas,  jónicas, corintias. Las inscripciones en griego, la arquitectura de tiempos imperiales, ciudades tan antiguas y tan importantes. A veces solo se ven piedras tiradas. Y otras veces reconstrucciones de las estatuas originales que están en museos. No importa. Por aquí mismo se ha caminado día tras día (desde hace tanto tiempo que no me cabe en la cabeza). Y a pesar del clima y de los humanos que arrasamos a donde vamos, aquí estamos.

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Los gatos. Testigos sigilosos. Recuerdo el hombre que hablaba con los gatos, en no se cual libro de Murakami. Qué historias de turistas ridículos contarán los gatos, o cuales historias habrán heredado de sus antecesores. Tradición oral gatuna sobre las ruinas de Ephesus. Alguna vez ciudad imperial, ahora, sitio de peregrinaje de turistas.


Me cuestiona un poco esto del turismo. Como turista odio lo que hacemos los turistas. Consumir paisajes, que se olvidan rápidamente, y que solo sirven para decir, yo estuve ahí, y chuliar una lista de los lugares que debimos haber visitado en este planeta absurdo antes de morir. El viaje, sin embargo no es el lugar turístico. Así nos empeñemos en ir hasta allá y tomar las fotos que todos han tomado una y otra vez y que abundan en internet como una peste repetitiva. El viaje es ese recorrido. Es el contacto de los pies en el suelo, es el caminar como una forma de reflexión y meditación. Es el paisaje que trae a nuestra cabeza la nostalgia, o la emoción de ver algo nuevo o algo que nos recuerda algo más cercano. De pronto viajamos para recordar el inicio de partida. Para recordar lo que éramos antes de iniciar el viaje y tomarse las fotos ridículas. Viajamos para añorar el final, para añorar el inicio.


A veces me doy cuenta que olvido el trayecto. Eso es lo más importante o debería serlo. Pocos después de los años, recuerdan cómo fue que fueron de un lugar a otro, o como era el bus y la gente sentada al lado. Yo ya estoy olvidándolo. Así como la vida.

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Dicen que en Ephesus estuvo María con San Juan, y que este último escribió parte de su Evangelio aquí. Me pregunto en qué parte del mundo habrá quedado San José. ¿Se habrá reusado a viajar con María? O ¿María lo abandonó porque se enamoró de San Juan?


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Turquía como punto de encuentro de Europa y el medio Oriente. El cristianismo se expandió por lo que es hoy Turquía para llegar a Europa. Y las civilizaciones tuvieron que atravesar el mismo territorio para llegar hasta el Oriente. En mi cabeza es un mapa lleno de líneas y colores que forman intersecciones y choques y líneas de huida y masas compactas de encuentros y desencuentros.

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Hablando de turistas. Hemos decidido rápidamente y sin pensarlo mucho que antes de bajar a la playa, vamos a pasar por Pamukkale y ya que de allí es más cerca que de Selçuk para ir al sur. Entonces tomamos un Tour que además de costoso, nos llevó a Pamukkale al medio día, hora en la que los turistas están (estamos) todos juntos ahí en esa montaña blanca. Tourist trap. Oh Man! Mucho calor, muchos turistas, ¿a qué horas decidimos esto? Trato de disfrutar pero estoy muy encartada y aunque logramos meternos un rato al agua tibia llena de barro y cal, el tiempo es corto y ya tenemos que tomar el bus a Fethiye. Nuestro próximo destino.



Hicimos lo mismo que las rusas que con sus cuerpos se doblan para hacer parecer sus cinturas más pequeñas y parecer modelos con fondos blancos muy blancos y cielos muy azules. Solo que nosotros nos reímos después de observar el espectáculo turístico. Pammukkale debe ser bonito, sin tour y en la tarde con menos sol.

Vamos a la playa que no quiero mas turistas. (Y sobre todo necesito ver el horizonte y dormir bajo el sol)





jueves, 23 de agosto de 2012

Memorias de viaje: Estambul. Un monstruo de 7 cabezas.



Dormir en el aeropuerto como medida de economía. (Idea que sin saberlo se repetiría en los próximos 20 días). De desayuno un Bretzel traído de Berlin y un osito de chocolate que dieron en el avión. Muchos vuelos llegan en la mitad de la noche desde todas partes del mundo. Mientras procuraba tener los ojos cerrados y me protegia del frio en el piso con la cobija gris del avión de Lufthansa, la máquina que limpia el piso, shshsihsishsishshissuuuuu, el altoparlante femenino que anuncia los vuelos desde Osaka o Jakarta, la cinta transportadora exponiendo las maletas viajeras y los Japoneses desempacando de los paquetes sus compras de los Duty Free de alguna parte del mundo. A la vista cremas hidratantes, perfumes, objetos electrónicos. Salimos.



Ya mientras la luna se veía a lo lejos, aclaraba el día. Antes nos tomamos el café más caro de la historia, Starbucks por supuesto. El presupuesto empezó mal. Así de la Jetonmatik (la máquina que expende las fichas que son los tiquetes de metro) sacamos dos fichas para adentrarnos en la ciudad en un vagón de metro.



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Es imposible no comparar cada ciudad que visito con las ciudades que vi al crecer. Ya crecí y ahora visito otras ciudades que siempre se muestran cercanas a mis ciudades. Estambul es como una ciudad Colombiana. Sucia a veces, desigual, de arquitecturas fallidas. Le sobra historia y gente, o mas bien a las ciudades colombianas les falta la historia. Millones se mueven en esta ciudad, cientos de turistas al mismo ritmo que avanzamos como hormigas por los mismos lugares: Haya Sofía, Mezquita Azul, Basílica Cisterna, Sultanameth (barrio endemoniado de turistas).


 Hace calor. Ya no estoy acostumbrada a esto. Nos tomamos además la una cerveza cara en el hostal por recompensa a un día tan largo mientras bocanadas de humo de Narguile con sabor a manzana salían por nuestras bocas. Andrea ya planeó cada uno de nuestros días. Yo le sigo el ritmo. Es hora de dormir.



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Estamos debajo de la Torre Galata. Al otro lado de la parte Europea. Tuvimos que cruzar el Galata Bridge no sin antes habernos escampado de una lluvia de verano en medio de unos locales comerciales, tipo el hueco de Medellín.




Claro, éramos las únicas turistas de la zona. En vez de subir a la torre y ver Estambul desde arriba, pagamos un café turco en el Konak Café. Es caro. No importa. Necesitamos un poco de sombra, y ver la ciudad desde arriba siempre vale la pena cualquier café costoso.



Una pareja e la mesa del lado, el continua conquistándola con cada sonrisa, y ella guapa con ojos verdes, sonríe aprobando cada uno de sus movimientos. Están enamorados y yo sospecho que se van a casar. Ella intenta pagar la cuenta al final. Pero el no la deja. Es un juego de poder.




 


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 En esta ciudad estuvo mi papá por unos días un par de años antes de morirse. No recuerdo mucho de sus impresiones, pero sí que le encantó esta ciudad llena de gentes. Recuerdo que el gran bazar era su fascinación. (Probablemente sus habilidades de negociación eran mejores que las nuestras).



Aquí en esta ciudad de 7 cabezas monstruosas ha pasado la historia y ha sobrevivido un país. Marco Polo. La ruta de la seda. En fin. He olvidado mis clases de historia y procuro olvidar el olvido con lo que Andrea me cuenta que lee en la guía de Lonely Planet. El libro mágico que llevamos los viajeros (el nuevo libro guía de historia), siguiendo sus consejos, sus recorridos. Y creyendo cada uno de sus chistes malos. Los accidentes geográficos ya no son puntos sobre un mapa. Son superficies que piso, olores y colores que compruebo. Que recreo. El cuerno de oro, el Mármara, el Bósforo, Constantinopla. El Agua. El azul turquesa se lo inventaron en el mar que baña las costas de Estambul.



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Istanbul Modern es como un museo europeo en una ciudad que quiere ser europea pero que no se deja. A donde uno va, hay que comer comida chatarra local. Así llegamos a las hamburguesas mojadas en Taksim. Sudadas y amarillas. Probablemente sean de carne de gato, pero son deliciosas, mejor que las cheese hamburguer de cualquier macshit. Porque hay tantos gatos en Estambul? (Se responde la pregunta, a cada vez que en los restaurantes la gente dan parte de su comida a los gatos). Dicen que en el Islam es muy importante eso de compartir, incluso con los gatos?.



¿Cuántas mezquitas tiene Estambul? ¿Istanbul? Y los llamados a los rezos 5 veces al día recorren la ciudad como un rumor repitiéndose en todas las esquinas. Miró el reloj. La misma hora de ayer, y será a la misma hora de mañana. Como cuando recomiendan comer 5 veces al día para una vida saludable, aquí recomiendan orar 5 veces al día. En las mezquitas no hay imágenes. La arquitectura y los minaretes se alzan como imágenes de por si poderosas sobre la ciudad. No hay imágenes, pero hay oraciones-música. No sé que dicen. No parecen perjudiciales. De hecho me gustan. 



Me gusta tomar caminos alternativos. Los que nadie nunca toma. Y de repente llegamos al puente de los carros, por donde hay pocos peatones y menos turistas. Es domingo. También hay pescadores sobre el puente, como en el Galata. Los hombres nos miran demasiado, y Andrea acelera el paso. El atardecer está precioso. Yo tomo un par de fotos a costa del afán de Andrea, del riesgo y de mi ingenuidad. Qué más da. Por aquí solo pasan locos.


Nosotros estamos inmiscuyéndonos en un paisaje marginal pero no hacemos mucho daño. Solo miramos. Apunto con mi cámara para llevarme un par de postales.

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La jetonmatik es una máquina la futuro a universos paralelos. Los pececitos plateados que pescan desde los puentes se confunden con las luces del sol sobre el agua azul turquesa. Estamos en el lado Asiático de Estambul.



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Me gusta caminar las calles solas, ver las fachadas mudas manteniendo el silencio en los días en que las puertas y las ventanas no se mueven. Las casas como cajas encerrando secretos. Me pregunto, como parte del viaje, si seré capaz de escribir como un oficio. Escribir por fuera de los lugares comunes. Escribir por siempre. Lugares comunes. ¿Acaso no somos los humanos los mismos? No es sino mirar a los turistas, que como yo, hacemos lo mismo. Las mismas fotos, los mismos caminos. El lugar común del consumo de lugares, llevar el recuerdo en bits para que se pierda en aparatos electrónicos y en las neuronas de la vida.

Necesito encontrar un oficio.

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 Beyoglu. A lo largo de la Istiklal Cadessi. Ríos de gente, esta avenida comercial con edificios de arquitectura neoclásica, los mejores días de finales del siglo 19 y principios del 20. Un siglo después, centros comerciales, marcas de ropa. Tanta gente como el mar que se mueve y se remueve a cada vez. Esta masa de gente, cada cabeza y sus pensamientos, cada vida, cada pensamiento revolcándose al andar a cada segundo. La fuerza de esta ciudad es la fuerza del viajero, que la camina presionando y formando los caminos a cada paso.

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Me gusta como salen las sonrisas aquí con los turcos. Como naturales, como un hábito milenario producido por el misterio de mirar a los ojos. Los ojos de la gente de aqui adivinan tu cabeza y se extienden hacia adentro como unos hoyos negros.

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Pasamos la noche como la ciudad: sin dormir. Desde arriba vimos como la ciudad vive inquieta incluso cuando se pone el sol. Cuando no hay sol. Cuando solo hay luces, cuando ya no las hay. Cuando sale el sol. Si quieren conocer una ciudad que no duerme, Estambul. Aquí hasta los dragones de las aguas oscuras de la noche se mueven de un lado al otro sin descanso. Solo la bruma hace parecer que la ciudad se ha apagado. Solo esconde su inquietud. Pero como siempre con los ojos hay que tocar mas allá de la superficie y suponer lo que pasa en esa geografía entre el mar y la montaña donde viven millones buscando el pan de cada día, la diversión de cada noche, el aire fresco escaso de la noche.


Sin dormir lo suficiente y antes de viajar, recorrimos la ciudad por el lado de las murallas caminando hasta el mar, donde los barcos aguardan como en pie de lucha en una batalla naval su paso por el Bósforo.




Entre las dos murallas, los campesinos que viven ahora en la ciudad se dedican a sembrar todo tipo de verduras. Un tipo de agricultura urbana diría yo más que para el propio consumo, vender en las esquinas un poco de todo y así ayudarse en la vida dura de la ciudad. Pero solo son suposiciones de viajera. Ficciones en esta ciudad bonita.