Solo pensamientos, historias por escribir para que luego no las olvide. O solo para sacarlas de la cabeza...

miércoles, 16 de enero de 2013

Por la nieve




Me gusta caminar por la nieve. Se siente un poco el frío, también cómo la suela lentamente se hunde en el grosor de la capa que la nieve ha formado al caer. Se hunden entonces un poquito el zapato, y suena, así, scschhhuhhh, a cada vez. Me gusta ya en la noche que la nieve se vuelve amarilla bajo las lámparas de la calle y entonces cobran vida las formas que  en el día se escondían, el relieve del piso, las huellas de los zapatos, hasta la dirección en que el viento sopla.

Me gusta entonces caminar donde nadie ha caminado, y dejar mis huellas: Hacerlas despacio y luego rápido y tal vez dejar mi propio caminado ahí  hasta que alguien más las pise de nuevo, alguien quite la nieve del camino, hasta que caiga mas nieve y cubra de nuevo y con esa paciencia mis huellas, que siempre, siempre, sobre la nieve o sobre cualquier cosa son solo temporales.

Tal vez es la nieve, sobre todo esta chispita de nieve que cayó hoy, como el tiempo, que poco a poco va formando capas en los recuerdos, en la piel, en los años, en los amores, en los odios. Así va haciendo la nieve, pero todo pacientemente y a la medida de un par de días, de un par de meses, o bueno tal vez mas que dos meses. La nieve, esa arena blanca ligera y delicada, persistente, tan temporal pero tan contundente. 

Y el silencio, que cuando todo está cubierto por esa capa de azúcar en polvo, cambia, se siente otro. Un ruido más silencioso. La gente cambia hasta la prisa, la mirada, probablemente, retando la persistencia del clima.

Por la nieve. 

lunes, 14 de enero de 2013

Los días


Un cielo enorme que empieza a girar y yo que abro los ojos despertando de un mal sueño que no lo era tanto. Nada giraba debajo de mi, pero en mi cabeza, todo más confuso que de costumbre en los sueños. Tardo una hora y media en levantarme de la cama. El despertador suena  a las 9:00 am. Finalmente entre sueño y sueño que yo no puedo recordar, decido levantarme. Es domingo. Es día de descanso, pero en mi vida y horario de estudiante no importa. Mi casa está sola. Eso significa que no hay mas compañía mas que yo misma y mis pasos.  A veces siento los pasos de los vecinos de abajo, lo que es raro, pero igual, en medio de su bullicio tal vez hacen competencia al mío. Pongo música que me acompañe, Johnny Cash, Air, cualquier cosa. En la ventana cae nieve y puedo escasamente concentrarme. No es culpa de la nieve. Pero ¡es tan bonita! Espero entonces a que deje de caer, porque siempre aparece el sol, aunque tenue, rayos de sol que sacan ligeras sonrisas de días al interior de las casas. Casas que resisten la caída de la nieve pacientemente, el hielo o el deshielo que les sigue. Y yo ahí, mirando la ventana haciendo clics, soñando lo insoñable, acompañando la soledad blanca, los objetos esperando un lugar adecuado, el polvo ser adecuado, mi estómago ser alimentado. Pero no, hoy es domingo, día de la nada, de la quietud a mi manera y mi medida, a ver el tiempo pasar en la nieve que cae, o en el sol que se desplaza en el cielo, cuando tengo suerte y cuando la estación lo permite. Así son los días de invierno, mas quietos, mas silenciosos. Así es mi vida en Weimar, como un monasterio, donde la rutina precisa cada acción, cada segundo, cada momento. Ir a dormir, levantarse aunque sea menos temprano o menos tarde, leer un libro en alemán como castigo placentero, la rigidez de una metas por cumplir, al ritmo que la vida sigue su curso. Unas teclas que suenan mas fuerte casi el lunes en medio de la madrugada. El ronroneo de mi pc que clama un cambio y un descanso. El silencio acompañado por el ruido mudo de la calefacción. Mis ojos esforzándose por permanecer abiertos y atinar a cada una de las teclas. Yo con mi cabeza gritándome en medio de tanto silencio.

Es domingo. Nada puede ser diferente al silencio de mi cabeza, al piso que tiembla cuando un auto sobrepasa la velocidad de la calle y que como un recuerdo del mundo llega a mis sentidos. 

jueves, 10 de enero de 2013

De colecciones de sueños


Cuando era pequeña, me gustaba calcar los dibujos de los libros, y coleccionar las calcas una tras otra. Casi siempre eran animales, con los que soñaba conocer, descubrir, aprender todo de ellos. Nunca aprendí a dibujar muy bien, pero calcar era de mis actividades favoritas. Soñaba también con tener una biblioteca propia, con los libros marcados y organizados como en una biblioteca real. Así sabría donde estaba cada libro, y si ya lo había o no leído. Quería tener un inventario de cada cosa, cada libro, cada dibujo. Las cosas que le gustan a uno, llegan a ser infinitas. Recuerdo que a mi papá le gustaron los trenes, la pesca, la fotografía, la música, los computadores, la construcción, la guitarra, los paseos, lo popular, los sonidos de los pájaros, las láminas para enmarcar, el bricolaje, la carpintería, coleccionar libros, herramientas, coleccionar monedas, portavasos, mezcladores, estampillas, antigüedades. Cuando tuvo internet, coleccionaba páginas web impresas, imprimía correos, y hacía backups obsesivamente. Le encantaban los documentales de animales, especialmente de gorilas, micos y orangutanes. En cambio a mi mamá no. Mi mamá gustaba de coser y hacer crucigramas. Ahora hace mahjong y sodukos. Pero volvamos a las colecciones. También coleccionaba relojes. Y alguna vez coleccionó tarjetas de teléfonos francesas. Libros viejos, cacharros viejos, basura. Entre sus tesoros había un cocodrilo disecado, un boomerang, y un carriel con todas las cosas que un carriel debe tener y que cada que íbamos de vacaciones arreglaba con mucha paciencia para llevar. Los hobbies, eran temporales. La mayoría. Siempre gustó de la música y de la tecnología. Pero por ejemplo nunca lo vi pescar. Nunca supe como sacaba una foto en el cuarto oscuro. Solo unas veces que se confunden con la fantasía, recuerdo su sonrisa después de cantar adelita al ritmo de la guitarra. Mi papá gustaba tanto de las cosas, como también las olvidaba con la misma intensidad, o la vida, tal vez, la vida como a mi ahora, hacían olvidarle de las cosas que gustaba, de los buenos y sensatos propósitos de hacer las cosas que a gusta de hacer.

Si tal vez es eso. Solo que yo añoro algo que el si tuvo y yo no. Cuando mi papá tenía 29 años, ya trabajaba, estaba casado y tenía dos hijos. No es que yo quiera vivir la vida como el la vivió. Pero si yo tengo la gran oportunidad que el  no tuvo, de tener el tiempo para hacer lo que yo quiero, ¿por que sigue atravesándose la vida en las listas eternas de cosas que quiero hacer y que solo empiezan y terminan con esa misma lista escrita? Es la vida como excusa, es la excusa como forma de vida. Es asi. Postergo cada cosa que quiero, olvido lo que quiero, sobre todo nunca recuerdo, por qué  lo quiero. Y me castigo por lo que no hago y me sigo castigando con no hacerlo. Sobre todo, no me atrevo a soñar, porque tengo miedo de no lograrlo.

Lo que si se, es que mi papá se murió cuando dejó de soñar. Y eso fue mucho tiempo después de soñar incansablemente, de vivir tan intensamente, de querer hacerlo todo en suspiros, es pequeños sueños. Se tragó su vida, el mundo, y la vida de los demás demasiado rápido y tal vez murió asi de rápido. Siempre soñó con una muerte fulminante que también logró.

Pero si me preguntan yo que sueño, yo solo sueño en las noches, las que se hacen más largas, precisamente porque los sueños se me escapan.