Ir por las calles, con el sol que entibia el cuerpo, calles estas, estrechas, sucias, con el olor de la ropa recién lavada, el rumor silencioso del viento chocando entre la ropa colgada en cada balcón. Un perro caminando a mi lado, un gato en la esquina, vigilando, una lapa, esta vespa convertido en camioncito, que pasa, trstststrsrrsr, una viejita que pasa al lado, un grito en siciliano de un señor, el vecino le responde y cuando uno se da cuenta la calle entra discute sin mas, entre los balcones y la calle.
Trtrtrttrtrtrt, otra lapa, al lado mío, un señor barrigón sentado sobre una caja de cerveza, espera. Cualquier cosa que pueda pasar, y si no pasa nada no importa.
Luego, pasan vendiendo la sal, luego sigo caminando, por estas calles que no tienen lógica, una, dos, tres iglesias.
Luego sale una nube mas grande y mas gris y se lanza a llover el cielo. De pronto llora Palermo a sus muertos, a sus casas secas desde hace mas de 100 años.
Todo el mundo parece mirarme sospechosamente. Me tomo un zivivo, en la taberna del Ballaró con un huevo duro como aperitivo que se ofrece gratis en el aparador del bar. Tomo una foto, y siguen las sospechas. Hoy es día de Santa Lucia y no se puede comer ningún tipo de granos, se come Arancina, una bola de arroz frita rellena de carne, y me como más bien un “Pane Panelle”, un sanduche de un frito de garbanzo, lo cual parece ofender al de la vespa que pasa y grita: santa luchía! Y yo sigo comiendo, mi “pane”, a pesar de que hoy no se comen granos ni trigos, por supuesto el señor no debería vender tampoco el “Pane Panelle”.
Para resguardarme de esta lluvia que me enfría los tenis, entro a la primera iglesia que veo. El rumor de unas letanías, unas velas encendidas, una iglesia, allí otra por allá, tiempos de locuras religiosas que hacen bellezas, ahora que son absurdos, afuera vende una señora, que me desea feliz navidad: - Buon Natale-, una rosas, que no compro porque a nadie quiero regalarle alguna.
Por el camino del mercado, entre las carpas de lado a lado de la calle, entre la gente y yo, pasa una vespa, o cualquier moto, pitando. Se le da el permiso, uno espera, y ahí esta el pez espada con el pico parado, luego las especias, en bolsas, los mil colores, todos los precios en “cartolinas”, luego los tomates lindos.
Por el corso Vittorio Emanuele esta el carro de bomberos, con la escalera levantada y dos bomberos en una ventana, sin embargo no hay fuego, el trafico se enloquece; en Quattro Canti una pareja de recién casados posan mientras su camarógrafo les hace las tomas para el video del momento feliz, que quien sabe si sea el único de su vida juntos, y sigo caminando, y pienso en si alguna vez me caso. Pasa el Carabinieri, con la sirena azul sonando, turiruri, y pienso en que me miran sospechosamente, y que en el Padrino se recuerda a Sicilia como la tierra de la mafia, y sigo caminando. Pero que yo no he visto al Padrino completo y no lo pensé antes de venir aquí.
Vuelvo entre los callejones, me sigue otra vez otro perro, esta vez llego a esta iglesia sin techo, una iglesia sin techo, una iglesia sin techo. Miro estas nubes bajitas que se mueven rápido, que a veces vuelven a traer otra que llora la muerte en esta ciudad.Miro el cielo con un marco, no de ventana sino de techo.
Paso por via Messina Marina, y veo los rumanos que parece que cada mañana que paso hubieran dormido en los carros que están ahí siempre parqueados. Espero la parada del bus, el bus que solo pasa cada media hora, el 224 para la Estación Central.
En el bus, seguro hay una viejita que despeinada, habla conmigo y yo la miro como queriéndole decir que no le entiendo y que por favor se peine, pero a ella no le importa, ella sigue hablando en tono alto y parece que se queja de algo. En los buses siempre están los locos, los viejos y yo. Y siempre hay una conversación comunal. A veces las viejitas que pelean con los adolescentes, ahhh, que ellos usan el bus para ir al colegio, y luego hacen de estos recorridos caóticos, el lugar de sus travesuras con las viejitas de Palermo.
Voy por donde las putas negras, que en el camino de acera de tierra, esperan entre los arbustos a que algún coche, se detenga. Voy buscando una playa, en
invierno, con abrigo y guantes en las manos. Oigo las olas, el sonido que no se detiene, y que marca el respirar de esta tierra vieja, un chico pasa trotando, me siento un rato en la arena, recibo el atardecer, espero.
Entre las piedras, se choca el mar, las barcas vacías de los pescadores, y un letrero que indica, que por favor no se bañe en este pedazo del mar por contaminación, igual con este frió no pienso hacerlo. Una pizza en la cafetería, melanzana por favore. Scaldada. Uso el baño, pienso que en todas partes hay botones y palancas diferentes para vaciar los sanitarios y que uno podría hacer una antropología de botones de wc´s.
Luego por entre las playas vacías, las casas gigantes de verano, ahora quien sabe si ocupadas, miro el horizonte, un azul de mar que se mezcla con el cielo, y pienso en lo que oí el otro día, de un horizonte sin línea de horizonte. Donde el mar se funde con el cielo, y uno podría decir que la tierra es como el cielo. Ojalá, el cielo fuera así de divertido, ojalá la tierra fuera así de inocente.
Un balneario, piscinas gigantes desocupadas, solo el agua de la lluvia de este invierno caprichoso, que reflejan la montaña, la silla del salvavidas vacía, de pronto el perro caminando por el borde. Pero el perro no está. Una pareja por allí escondida detrás, quizá se fuman algo, quizás se besuquean, quizás, tantos
quizás que no se.
De vuelta las mismas putas en el bus, se comen un bocadillo, se ríen, como cualquiera, como yo, cuando me río de algo que pasó en el trabajo. Así se reían. Y yo pensaba en que estas putas son muy lindas. Y que claro, tienen todo el derecho a reírse.
De nuevo al bus que me lleve por allá a donde aun no he ido, corro, porque en este horario al medio día cierran todo y vuelven a abrirlo a las 4, cosa que todavía no entiendo, corro porque son las 11 y me van a cerrar. Corro, pregunto en la información turística, un par de turistas preguntan primero que yo por el busecito descapotado que lo lleva a uno a ver la ciudad y que están en todas las ciudades, nombres que ya he visitado, y que me parecen que las ciudades deben ser vitrinas de un mall desde alli. La niña les dice que si, que el bus pasa, pero como es Palermo, esta ciudad de lo que no se sabe, de lo muerto y la que espera hace tanto tiempo, hay que esperarlo, que no tiene horarios. Ellos se van un poco
decepcionados, tendrán que pasar el umbral de la vitrina, porque como dice la guía que compré, cualquiera, todas eran igual de malas, Palermo es para viajeros atrevidos. Yo no se si sea atrevida, solo pensé que Palermo quedaba muy lejos, y que llegué por pura casualidad, la vida que a veces lo va llevando a uno, y qué bonitas llevadas.
Corro, y llego, 11:20am, calculo el tiempo, entro entre corredores de esos palacios y lugares amplios con plazas internas, escucho un coro cantando, un órgano sonando, y cuando entro, una Capella, (Palatina) dorada, dorada, dorada, y en sus muros, las historias que me contaban en las clases de religión, las que escuche en los evangelios los domingos, y los primeros viernes de cada mes que en el colegio era obligatorio asistir. Mosaicos, el coro, ensayaba, y la chica decía, otra vez desde la pagina 18, y seguía, y seguía, ¡ahhh!, ¡ohhh!, y pensé que en esta ciudad de iglesias se cantor lírico podría ser una buena profesión, y pensé que nunca pensé que los cantores líricos hablaran normalmente, aunque siempre lo supe, pensé que sería bonito que siempre cantaran, y nunca hablaran. Y yo
seguía mirando a Noé y su arca, y a Jesús en la cruz, y a Pablo, y a Magdalena, y al Pesebre que es tan de moda por estos días invernales. Tocaba las paredes con mis deditos para que no se me olvidara como se sienten los mosaicos dorados y los mármoles lisos cuando un coro toca en una Capella Palatina. Y que eso no tiene importancia, pero yo quiero recordarlo.
Pipipi, dice la moto que pasa, ya decía yo que se me hacía conocido ese sonido, pipipi.
La vía en vitrina desde un coche, no se a donde voy, le dije: Lu, quiero ir a un cementerio, y el me dice para que, si aquí ya todo este muerto, no hay que ir hasta uno. Pero Lu, me ha llevado al cementerio, como cuando uno iba al zoológico, pero esta vez era al cementerio. Y pasamos por este cementerio, y desde allá arriba se veía un poco de la ciudad, que yo todavía no sabía porque era una ciudad muerta y seca, y mas allá de la ciudad el mar, y las cúpulas de las iglesias, cúpulas de colores, y de todas las formas, y ahí los muertos, debajo de mis pies, al frente de mis ojos, flores frescas, los retratos de cada muerto, las familias enteras muertas. Muertos que no conozco, pero que le rendí homenaje con mis fotos, y mis dedos tocando las lozas en mármol, las flores vivas y de
plástico, y los muros de los mausoleos de 1800. Taaaaaaa!!!!! Una sirena anuncia que se cierra la visita a los muertos. Me retiro entonces del recinto.
Y afuera otra vez el perro, que me mira, un rato, pero sigue rascándose las pulgas. Y me voy.
En la Trattoria Shangai, un zivivo otra vez, un amigo pasa, otro amigo pasa, sin dientes, y con el olor de la calle, sus pertenencias en una bolsa, y un perro a su lado, me invitan a más zivivo. Conversan un rato, si yo no sigo mi camino, puedo seguir ahí con ellos, llega otro loco que se burla del primero, y siguen su camino juntos. Dios los hizo y ellos se juntan solos en esta ciudad demente. Yo sigo, buscando más locos, tratando de salvar mi locura.
Con mi locura voy a las catacumbas. La guía absurda lo pone como uno de los atractivos alternativos. Mi locura iba por ellos. Las “Catacombes dei Capuccini”, un par de escaleras, que bajan, un corredor, y adentro el olor húmedo me sorprende con una calavera con cuerpo y ropa colgado ahí, al frente, y así corredores y corredores, de hombres, niños y mujeres, rellenos de pajas, guantes y lentillas en las cabezas roídas. Bigotes y dientes, barbas y solo falta el ojo que me mire. El olor de muerto no le gustó a mi locura, y me devuelvo, y no me quedan ganas de más muertos, ni de más ciudad de muerte.
Las casas siguen secas, y yo quiero volver. Por el avión, se ve el mar, el Tirreno, detrás, las tierras cálidas de esta isla, los viñedos y los olivos, y esa ciudad, que según Goethe, quien no va a Sicilia no conoce a Italia, y bueno yo digo, que ir, para conocer esa muerte viva, esa viva muerte y volver, para sacar la vida, y saborear la muerte, otra vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario