Ella apaga su cigarillo. Le gusta fumar
hasta el final, casi hasta que sus labios se quemen y sus dedos
sientan el calor del fuego. Nunca le hace bien. ¿A quien le hace
bien fumarse un cigarrillo? Probablemente a nadie. Pero ella no lo
deja. Siempre un cigarrillo en la noche, mientras cruza sus piernas,
enciende el fuego y aspira hacia adentro lo que dicen que es un
veneno, y no es que ella esté en desacuerdo. Mira a la nada. Es la
hora de la nada. Casi que como un examen de conciencia, mirando por
la ventana o la pared desnuda al frente. Aun con la ventana abierta y
a pesar del invierno que se aproxima, con el ruido de la calle, una
calle principal pero solitaria por donde solo caminan los locos y los
muecos. Y uno que otro carro que no planea quedarse ni parar por ahí.
Aspira una y otra vez, esperando que sea el último cigarro,
pensando... Pensando en la nada. O en todo. Que es lo mismo. A veces
le gusta mirar entre las sombras de la ventana y su paisaje y volver
a dibujar los contornos que la luz del día deja ver, imaginar
cuantas ramas tiene el árbol y los perfiles del edificio del frente.
Incluso imaginar la vida de los que no viven en los apartamentos de
abajo, que están vacíos, como estuvo el suyo, alguna vez. Imaginar
los que alguna vez vivieron ahi, donde ahora se fuma un cigarrillo.
Imaginar lo ausente, desear lo que no
tiene. Una vida mirando atrás y adelante, pero no en donde sus pies
están parados. Otra bocanada de humos sale por su boca. El humo, que
ahora mientras se queda quieta como escuchando el silencio, va hacia
arriba, como una linea ascendiendo, irremediable. Por jugar y con la
otra mano, espanta el humo, como quien espanta los fantasmas y las
telerañas. De la memoria. Por qué fuma a pesar de sentir el pecho
pesado y el corazòn descuadrado con los ritmos en otros tiempos.
Siente culpa. Pero aspira de nuevo y
observa el fuego que consume la linea incandescente del papel. Le
gusta enrollar los cigarros asi sufran de anorexia o deformaciones
producto de la torpeza aun con el asunto. La verdad no es una
fumadora empernida ni una experta en el arte de pegar un cigarro.
Solo fuma cuando los fantasmas se acercan y como con el humo hay que
espantarlos.
Se acaba el cigarro y entonces lo apaga
sobre el borde de la ventana. Al frente, una luz naranja en un
apartamento. Detrás suyo en su cama solo hay soledad y lágrimas
secas de noches frías. En esa ventana seguro hay caricias y
sonrisas, también seguro gritos y acusaciones, porque no hay pareja
moderna que no pelee como si fuera el fin del mundo por cualquier
tontería cotidiana.
En su cama, o bueno, no en su cama,
sino en la cama que estuvo alguna vez en el lugar de su cama, alguna
vez hubo también soledades o a su pesar, trifulcas mañaneras llenas
de sonrisas y besos.
Ahora quiere ir dentro de sus cobijas y
apretar las piernas y mirar el techo alto que no dice nada, como
nunca le dijo a nadie mas que lo haya mirada alguna vez. A veces
piensa en el piso de encima en el que solo viven termitas y recuerdos
que nadie recuerda.
Ella, la soledad y un cigarro. Ella y
su sombra que ha regresado, un día cualquiera la descubrió en el
baño, regresando mientras sus ojos buscaban la claridad de la luz
amarilla que tanto odia mientras sus pies descalzos tocaban las
baldosas frías y sus pezones despertaban por el frio entrando entre
su pijama. Ahi la vió, la sombra, sin humo, clara y firme de nuevo a
su lado y entonces sonrió y le dio la bienvenida, aunque arisca aun
la sombra apenas se dejó tocar.
Y de nuevo la colilla ahi muerta en el
bordito de la ventana. Y sus cobijas que no calientan sus pies frios
ni su entrepierna sola. La colilla sola aguantando frio. Ella sola,
esperando que el frio no la mate por la vulnerable soledad. Colilla y
ella. Ella y la soledad.
Pero su sombra ha regresado. Regresa,
de nuevo pensando en el último humo que salió por su boca como el
último fantasma de lo ausente. Regresa y entonces aunque extrañe
tanto, ya no es ella misma extraña.
Sola, pero menos sola.
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