Es una barra de
equilibrio por la que tiene que caminar desde el principio hasta el final. El
objetivo es no caerse, pero sobre todo mantener el equilibro de tal forma, que
no haya desbalances y entonces se corra
con el riesgo de chocarse con los obstáculos punzantes que están atentos a cada lado, listos para alcanzar el mas mínimo
pedazo de carne para herirlo sin compasión. Como una prueba de valentía y
fuerza de un caballero medieval, o un laberinto de un jardin de plantas
venenosas, que se cierra a las espaldas persiguiéndolo en un camino en el que
no hay reversa.
El laberinto se
ha recorrido, la barra de equilibrio está atrás esperando de nuevo. Lo
importante es que ha salido victorioso y que ninguna herida fue profunda. Por lo
tanto no valen la pena las lágrimas ni dejar de soñar tranquilo en las noches
otras aventuras de las que no quedan sino dejavús en las mañanas.
No es necesario
pensar que además de semejante prueba, hay que ir el mismo día a salvar
princesas o a besar sapos que se conviertan en príncipes. No vale la pena dejar las sonrisas y los
besos por el susto de la herida y la caída. Solo sirve entonces sacar el veneno
y las espinas para que no haya infecciones de malas energías.
Va un mes de
laberinto. Y a cada vez, valen menos la pena esas lágrimas. Solo por el orgullo
de decir, todavía se está ahí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario