El aire carga lo
que el viento con el soplar de los días arrastra desde hace milenios. El viento
se ha encargado de ir acabando todo lo que alguna vez estuvo habitado por una
raza inteligente, pedacitos de materiales rocosos, para construir ciudades,
como en esa época eran llamados los asentamientos de la especie en grupos mas o
menos homogéneos. Eso dice la arqueología moderna, una ciencia que se ha
encargado de descifrar esa especie desconocida para nosotros pero que parece
con la que tenemos algún tipo de conexión biológica, si es que de biología nos
queda algo. No podemos decir que somos las misma especie que evolucionó
hasta nosotros, si sabemos que la evolución fue una mentira que esa especie,
alguna vez inteligente, se inventó para poder conquistar la tierra y unos a
otros como si fueran gigantes pisando enanos. El aire es espeso, no se cómo mas podría ser el aire, más que esa
espesura blancuzca es como un hielo tibio, ya que el sol, esa estrella lejana
está a punto de morir.
Nosotros no somos humanos. Ya no sentimos como
los humanos, aunque a mi ese olor frio y tibio me da una nostalgia, quizás como
prueba de un vínculo lejano entre nosotros y ellos que ha permanecido por
siglos. Pero es solo nostalgia. Es lo más fuerte que puede darnos porque no
sentimos amor, ni tampoco odio, como ha demostrado la telepatía histórica que
sentían los humanos a cada momento y sin poder alejar su inteligencia de lo que
ellos llamaron corazón. Así que ese aire nostálgico, no es producto hoy más que
de los restos que se lleva el viento. En el horizonte, aunque no se vea muy
bien exactamente donde empieza o termina, están esas ruinas. Se cree que fueron
alguna vez motores que hubieran puesto los hombres para poder huir con el
planeta y todo, del desastre que se avecinaba. Eso lo dice, de nuevo, la telepatía
histórica. Hoy, esas ruinas, permanecen quietas e inmóviles aun cuando el
viento logra con su fuerza superar la del óxido y la corrosión mientras
producen un sonido ensordecedor de bajas frecuencias que nuestros oídos no
soportan y por lo tal, hemos empezado el desarrollo no estructurado de un plan
para el desmonte de esos monstruos que dibuja el horizonte cuando este se deja
ver. Pareciera que el horizonte fuera el final del desierto que se adelanta a
mis ojos y esas varas altas, casi robots muertos, las cercas que delimitaban lo
que alguna vez los humanos llamaron propiedad privada, como si la tierra perteneciera
solo a unos pocos.
Yo sigo despacio mi camino, mientras los veo a
lo lejos. Me imagino, esos hombres tratando de alcanzar la esfera celeste, a
punta de estos motores, tratando de huir del desastre que tenían destinado
desde el inicio de su historia.
Yo sigo mi
camino. A lo lejos quedan los motores que se mueven ahora solo a veces y menos
mal con el viento hielo y tibio de color blanco que borra el horizonte y que
arrastra los pedacitos de lo que alguna vez construyeron esa especie conocida
alguna vez como humana.
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