Una grabación. Un libro. Una calle. La cocacola con hielo que estaba soñando desde el metro y aquí sentada me estoy tomando en el balcón, sin zapatos, con el computador sobre las piernas y dos cojines en mi espalda. No me compro ningún libro. Porque no me los voy a leer ya. Me compro en cambio dos revistas, como para retomar el hábito y pienso suscribirme. No es tan caro y es más regular. Corro, me siento rápido. No abrí ni el correo, ni el twitter para no dejar ir el hilo de pensamientos ni la el ánimo y sobre todo las ganas que tengo de escribir.
Estas dos últimas mañanas me despierto con: “Las flooooores y los bejuuuucos!”. En las dos ultimas mañanas me he bañado con agua muy muy caliente. Con ganas de quedarme ahí todo el día, y todas las noches. Estas últimas dos mañanas de grabación y trabajo y una sensación otra vez de que la semana ya se esta acabando y Oh! Sorpresa! Apenas está empezando.
Las piernas me duelen otra vez. Llevo varios días con taquicardia frecuente. Parece a veces que solo en el vivir se me van los días, y la vida. Que a cada segundo, a cada respiro, en efecto, se me va el espíritu.
Entro, a una librería cada tanto para sentir la calma. Entro, miro, de afán, a veces con miedo, con un sentimiento con el que no quiero que nadie me hable. Y a veces me hablan y no se que quiero, solo quiero estar ahí, y cual “A la orden” ni “Que libro estas buscando” porque la verdad no estoy buscando libros sino a mi, en medio de ellos. Porque miles están ahí con cosas preciosas para ser leídas por mi, palabras llenas de vida que están esperándome, pero, ¡Que va! No voy a leer la mayoría, de eso si estoy segura. Solo algunos con los que me maravillo cada tanto, que me transportan por los mundos de otros ojos, y otras neuronas. Solo unas preferencias, no soy experta en nada, no me se la literatura de nadie. No soy exclusiva y los clásicos no lo he leído todavía. Probablemente mala lectora, pero lo que si se, es que 10 minutos dentro de la librería, me dan la tranquilidad para salir de nuevo al bullicio el centro, de la ciudad que se mueve todo el tiempo, las ganas de comerme el mundo, cuando es mas grande el mundo que mi cabeza.
Entro a la estación, hago la fila para el tique te, recuerdo que tengo que buscar la tarjeta de metro que esta perdida entre mi orden, recuerdo que olvide la foto que había dicho que iba a tomar. Recuerdo donde deje ayer la cámara y que por supuesto no estaba en mi mochila.
Entro en el vagón y leo la revista.
Estoy en el balcón, con las dos revistas al lado y una vaso con coca cola y hielo, casi vacío.
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