Es una pizzería como otras tantas. Por mi falta del idioma tengo una posición
especial. Puedo observar en mi silencio al ritmo de palabras que en su conjunto
son inentendibles. La gente parece que todo el tiempo estuviera discutiendo.
Pero solo conversan y opinan sobre todo, supongo, como si esa fuera la última
palabra. Y entonces llega un señor regordete con traje y pañuelo de seda en su
cuello. No le falta sino un sombrero. Está solo y se sienta justo detrás de mi.
Y pide una comida completa. Antipasto, primo piatto, secondo piatto. Por el
rabillo del ojo, lo observo. Abre una botella de champagne y se la toma entera.
Sus movimientos están acostumbrados a un festín solitario y señorial. Cada
movimiento va calculado de presencia y elegancia. Le traen algo grande que yo
creo parece una langosta aunque en esa pizzería no creo que vendan tal cosa. Al
final un postre. Luego un café. Todo en total silencio. Por su cabeza solo pasa
el resumen del día. ¿Qué será? corredor de bolsa? editor de libros? De pronto
un seguidor de liga Nord con ínfulas de que el norte de Italia debería
abandonar al sur y dejarla a su suerte. Si tuvo familia, ahora solo cuenta con
su propia pesada presencia. Un arma para derrotar lo miserable que se puede
sentir cualquier otro teniendo un festín en silencio y solo con sus propios
miedos.
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