Viajando al sur. Estancada por la nieve en Milán. Huyendo del frio berlinés.
Lo mas difícil es cambiar de Idioma. Primera palabra que quiero decir y hay un
pito en mi cabeza. No hay nada. Luego empieza a fluir. Escojo cuidadosamente
las palabras, despacio. Del español brinco el alemán. No lo Necesito. Luego
viene el inglés que es poco útil. "Hi" es respondido con impavidez y
silencio. Esta bien, me digo tranquilizándome. Intentemos con las cuatro
palabras de italiano que aprendí en la universidad con un filósofo suicida. "Ciao!"
aunque no lo digo con suficiente seguridad. El silencio continúa. Brevemente es
interrumpido por un "buon giorno" corto y seco, o un "prego"
de mala gana. Justo en ese momento llega una milanesa con sus 50 años bien
puestos y grita "ciao!". Estamos en una heladería y son casi las 10
de la noche. Afuera hace hielo. He entrado porque me ha sorprendido la heladería
nocturna y prefiero disfrutar un helado sola en una cafetería tibia nocturna,
que una pizza sola en un local lleno de gente y ruidoso. Todo es un problema de
la soledad. La soledad que busco y de la que huyo como una banda para correr. La
señora ha gritado con suficiente fuerza y alboroto, muy a diferencia de mi. Asi
y claro, con la lengua materna, le ha dicho al heladero, que no importa el frio
que haga, siempre cae bien un helado, aun mas en el invierno. Entonces se pide
un helado doble de menta y frambuesa. Yo, decido pedir un wafle con nutella y
helado de tiramisú. Compruebo que es demasiado dulce la combinación, pero me lo
como despacio como entre querer y resignación. En el televisor hay una película
doblada al italiano. Robin Hood. La miro como cuando uno observa algo sin en
realidad observarlo. Están cerrando el local. Me apuro con mi wafle, la
milanesa se ha terminado tan rápido su helado, casi tan rápido como cuando aquí
se toman un café espresso rápido en la barra de cualquier bar.
Afuera hay sol. Es mi segundo dia de viaje al sur. Salgo al piso húmedo de
nieve descongelada. mis zapatos son de otoño, nada apropiados para tanta
humedad. Sin embargo, no siento tanto frio. Es aguantable. Andiamo! con mi
bolso al hombro dejo el hostal Ostello Bello y me aventuro por las calles
milanesas. La ruta planeada incluirá estar perdida. Por más que planee algo, se
que me perderé todo por culpa de mi brújula interna que me permite encontrar supresas
al andar.
La luz del sol en invierno es como una mañana eterna que en las tardes se
vuelve cálida. mientras tanto hay un aire fresco que baña las calles y llena
mis pulmones. Hay mucho ruido. Una ciudad ruidosa es una redundancia. Unos
africanos me ofrecen en ingles algo, igual que a todos los turistas y yo no
pronuncio ni una sola palabra. Son manillas de hilo, que "regalan". Viejos
trucos que evito.
El duomo parece un castillo de una película al estilo de la historia
interminable. Un palacio iluminado por la bondad de un ser superior. Adentro
hay que acostumbrarse a la luz. y si se mira a lo alto uno reconoce lo limitada
que es la humanidad, el ser humano, esta raza inteligente con religiones y
sistemas políticos para dominar el universo. Me gusta entrar a las iglesias.
son un refugio, una calma así estén llenas de turistas, y yo no sea mas que uno
de ellos.
Milán me toma por sorpresa. sus tiendas de ropa de moda, muy elegantes, sus
tiendas de diseño, los edificios con portales señoriales, la gente caminando
con sus abrigos largos y sus gorros con aires elegantes que se mueven como corrientes
de aires. De pronto un tranvía amarillo cruza la calle y yo llego a "il
giardini publici". Está todo blanco, la nieve en el piso que me provoca
acariciar. Claro. Y eso le da un aire precioso. La luz entre los árboles que
cae dando textura a la nieve de una cobija suavecita en la que uno podría
acostarse para ver el cielo para pillar una nube en medio del cielo azul plano
que queda después de las tormentas de nieve. Procuro no deslizarme en el hielo
mientras mis zapatos no adecuados me causan tantas dificultades. Me detengo. A
mi izquierda alguien esquía, luego pasa una pareja trotando, por el camino principal
vienen con bolsas de de compras amarillas y sus abrigos largos. De pronto traen
algunas compras de invierno para este clima tardío. Es febrero y ya nadie se esperaba
que llegaran temperaturas tan bajas.
Las palomas buscan debajo de la nieve cualquier cosa. En la fuente hay madres
con sus niños recibiendo el sol las bancas de parque están llenas de nieve,
silenciosas esperan alguien que quite los 8 cms de nieve y caliente la
superficie. Seguirán esperando pacientemente. Me gustan las bancas solas. Son
el indicio de que siempre la soledad esta esperándolo a uno. Una corriente de
viento se mete entre las ramas de los árboles y la nieve sobre ellas se esparce
por el aire como cristales llenando mis ojos de luces y de un sonido silencioso
y blanco. Aqui Milán pierde su ruido. Y gana toda la magia.
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