Solo pensamientos, historias por escribir para que luego no las olvide. O solo para sacarlas de la cabeza...
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miércoles, 21 de agosto de 2013

Un punto final en Madrid.

Llegué a Madrid hace exactamente 17 días. Escogí a Madrid tal vez sin razón. Porque si, ¿por qué no? No la conocía y a pesar de las advertencias del verano infernal, hice caso omiso. En Alemania no es que sobre.

Un domingo llegué a la estación de Atocha con mi maletica azul y mi mochila con el computador y la cámara. Siempre que viajo trato de reducir mi equipaje, pero esta vez pensé que con tanto tiempo libre, la cámara era importantísima y el computador donde iban a quedar todo lo que escribiera.

El plan de hacer un curso de escritura salió tal vez una tarde de invierno que pase en Barcelona a principios de este año mientras salía con ansiedad de una librería. Tantos libros y yo perdida en el norte. ¿Qué podría hacer mientras disfruto de estar hablando y leyendo solo en Español?

La idea siguió creciendo, total, lo único que no he dejado de hacer desde que soy muy niña es escribir. Llevo ya varios años en este blog, y antes cuadernos y cuadernos de todo tipo de cosas. Tal vez este blog se ha vuelto un diario adolescente que ahora odio. Y en mi trabajo es importante escribir, pero alardeo de contar historias pero no cuento ninguna. En Alemania y con el alemán en la cabeza no es que mi español sea muy elocuente ni muy fluído. Ahora me veo entre dos idiomas que no logran expresar lo que pienso. No es culpa de los idiomas, ni de las palabras, soy yo, que sufro de nostalgia del lenguaje. Un lenguaje que se diluye entre mis manos, que no logra salir de mi boca, que no se traduce ni en palabras ni en imágenes que se acumulan imágenes en mi cabeza. Que sufro de exceso de mi.

Pues la cámara no la he usado mucho, tal vez este mes sea solo de palabras. Mis cuadernos y mis archivos se van llenando lentamente de palabras, de historiecitas, de pensamientos mientras recorro las calles de esta ciudad que me tiene sorprendida. La soledad no me pesa, mi cuerpo no me estorba, disfruto incluso del vaho de aire caliente que sale del piso y de las paredes a las 5 de la tarde. ¿Qué por qué no escogí España hace cuatro años para estudiar? Tal vez esta experiencia de ciudad que me tiene sonriendo todo el tiempo no hubiera sido posible sin Alemania.

Hay ciudades que lo escogen a uno. Otras que suceden solo por azar. Otras que uno escoge pero que se dejan ir. Otras que tocan, porque no se pudo elegir.

Me siento muy cómoda. He sido rigurosa pero me he dejado sorprender. Es extraño ese equilibrio, el de poner un plan en marcha, de tener todo el tiempo disponible para hacer lo que quieras y hacerlo pero al mismo tiempo permitir el ocio en el ocio, no hacer nada, solo caminar, solo estar.

Entonces voy a las bibliotecas y leo, escojo libros, pelis, leo algo allí, allá, tomo notas. No hay objetivo mas que ese, estar ahí. De ahí descubrí a Houelluebecq que con su “Mapa y Territorio” me acompañó en el Parque del Retiro, ahí al lado del estanque donde el verano se traduce en una pintura impresionista en la que sobran los sombreros y faltan los trajes antiguos. También estuvimos en el Templo de Debod, a donde van todos a ver el atardecer. Ver como se enciende el cielo en la clásica foto de atardecer es difícil en Madrid. Los edificios y las calles estrechas de una ciudad que se extiende bajando y subiendo por las colinas hacen que el cielo sean fragmentos que cambian a cada vez. Mientras Jed Martin el del libro pintaba y los artificios del mundo modernos eran listados como en un inventario incansable de consumo, también estuvimos en las placitas, San Andrés, Santa Ana, Jacinto Benavente, con unos churros de Chocolate, en Plaza España también, en mi cama en mi habitación de convento que a pesar de su tamaño reducido no me hace extrañar el estadio que tengo en Weimar.

“Madrid son las conversaciones que uno entiende, es el atrevimiento, son las sonrisas de reconocernos, los roces de pieles calientes, son los ojos oscuros, los pelos ralos, las pieles mas morenas, son las negras también. Son los libros que puedo ojear, que huelo y que puedo entender con mis propias historias. Y curiosamente es una ciudad que también empiezo a describir con otras palabras de ese otro idioma que permanece en mi cabeza, so frech, so heiss, y saber que hasta me hacen falta esas palabras, ese descubrir otras formas de decir lo mismo. Pues bien, Madrid es solo un lugar, soy yo, la que mientras camino, me camaloneo. Muto entre las esquinas, sueño en las bancas de los parques, miro el cielo con sus nubes escasas mientras pienso y anoto palabras a veces sin hilo, sin conexión. Soy yo en esta ciudad que va lento como un caimán en la orilla después de haber devorado la cena, pero que muestra los dientes a la menor amenaza.

Madrid, ciudad en la que las soledades nos encontramos, en donde la felicidad no tiene credibilidad, en la que se habla duro, se insulta con ganas, se sonríe desde adentro”. (Escribí hace un par de días)

Es también tangos perdidos, es español en chino, es vallenatos que pasan, es los travestis en la calle del Desengaño.


Y suena ridículo, pero cómo no escribir en una ciudad donde estuvo Cervantes, aquí a un par de calles de donde estoy. Y Lope de Vega y el del Lazarillo de Tormes, me siento en una clase de español del colegio, otra clase de historia, y otra de arte. El Guernica, Goya y sus caprichos, Sorolla y su luz mediterránea, el Palacio Real y los reyes, quintos, primeros, ¿quienes son? Son piezas que se van encajando entre mi memoria, las ideas fijas, los prejuicios y los descubrimientos. Aquí descubro América, aquí está una de las fichas que faltaban en el rompecabezas de la cabeza.

Eso de la madre Patria que siempre me pareció una estupidez y no la voy a repetir. Pero sin duda hay un reflejo cuando se camina, se come, se vive esta ciudad ruidosa, de fiestas en la calle, de tipos malhablados, un poco ruda y atrevida.

Darse cuenta que llevo tanto tiempo sin hacer cosas que me gustan tanto, como si hubiera estado en la orilla del frente todo el tiempo, pero no en la orilla que quería estar. O tal vez, solo sea un asunto de ir y volver.

Y escribir. ¿Para qué? Recordar todo el tiempo que es solo porque es divertido. La premisa para disfrutarlo. Sigue siendo un ejercicio terapéutico, tal vez para salir de mi, aunque lo curioso es que para hacerlo hay que entrar en lo profundo. Pero no escribir mas de mi, no mas de la misma forma. Por eso este blog se cierra como se conoce hasta hoy. O mas bien se acaba. No lo cierro. Al final es historia, es vida, es lo que soy yo hoy. Algún día se verá en otro lugar, o se quede perdido entre el hoyo negro que es internet. Esta entrada será la última de esta era. Gracias por leer, gracias señor Internet por dejarnos compartir con unos cuantos que se encuentran estas palabras y se reconocen o tal vez les parece estúpido. Creo que es un ciclo que llega a su punto final. Tal vez ya empezó el siguiente.

Que hayan mas letras, ojalá en otro lugar.

lunes, 15 de octubre de 2012

Kabak y Capadocia. Turquía parte III


10 de agosto.

Esta vez no tomamos un bus nocturno al sur. Pero si un pequeño bus que nos llevó hasta Fethiye. Ahi dormimos en el hostal mas barato que encontramos, dormimos en el mismo dormitorio que un Australiano antipático, tanto como nosotras. Fethiye es húmeda y no tiene nada muy interesante. Es la primera parada al mar. Aquí ya hay mar, solo que hay yates y un puerto deportivo, que hacen de la ciudad cara, muy cara. Mañana la idea es salir de aqui a Kabak. Eso como que es al fin del mundo.

11 de agosto.

El paraíso tiene otra sucursal en el sur de Turquía, lo que se conoce como Asia Menor frente al Mediterráneo. Entre pinos y árboles de olivos, como en los dibujos de la biblia, viven hippies turcos que le dan hospedaje a mas hippies, parejas enamoradas, o chicas y chicas cualquiera que buscan el fin del mundo sin cansarse.


Reflections Camp queda en la montaña. Para ir al mar, hay que bajar por un caminito, mas o menos 5 minutos hasta la playa, Kabak. Una playa pequeña en una bahía con aguas azules turquesa. O ¿verde turquesa? Es de un Australiano que se llama Chris. Que habla poco. Y hace mucho, mucho calor. Ya bajamos al mar. Ya nos bañamos en un baño al aire libre, que según el libro mágico, Lonely Planet, la mejor vista del mundo para cagar. Y si.

Tengo 4 picaduras de bicho extraño en mi cara. Siento la cara caliente, caliente. Las ronchas crecen. Y me pregunto, ¿Es que soy tan citadina?

12 de Agosto

Estoy frente al mar. Uno siempre debería pasar unos días todos los años frente al mar. Son las 10:00 y la playa está casi vacía. El sol está en mi espalda y así me ofrezco como carne fresca y dulce para los zancudos.  Donde dormimos es un Bungalow abierto con mosquitero en cada cama. Nos despertaron los gallos y el fresco amanecer. En la noche desde mi cama se veían estrellas. Un cielo estrellado brillante. Respiro profundo, las olas en su ir y venir constante, la brisa cortica que roza mi cuerpo.
Mi cuerpo, mis carnes generosas, mis gordos, mi piel que guarda rastro de mis años, de los días. Las huellas del tiempo en la superficie de mi cuerpo. Ahora me miro en el espejo y veo los años. No es que me sienta vieja, sino que ya no veo una niña. Mis carnes generosas han perdido elasticidad, la superficie tiene más arrugas, la textura es otra. Hay mas pecas, estoy más blanca. Así es mi cuerpo.

En mi cabeza pasan las historias de los libros que he leído últimamente. Diario de un Libertino, en la que la novia del libertino, una mujer mayor que el, profesora se muere por ser alérgica a la universidad. En eso pienso cuando veo mis picaduras de animal extraño, posiblemente resultado del hostal de mala muerte en Fethiye. Ácaros o pulgas.

13 Agosto.

Frente al mar. Sobre el mar.

Este mar no es intempestivo, aunque su fondo rocoso dificulte un poco el asunto. Las olas entonces arrastran con su fuerza natural las piedras, y también a los bañistas al salir del agua. Donde habré leído algo bonito sobre las piedras? En alguna parte, sobre las piedras... Es un mar muy salado. Se puede flotar fácil, sostenerse sin cansarse aun si no se toca el fondo. Solo hay que dejarse llevar. Sigo preguntándome que quiero de la vida y si tendré la valentía de vivirla. Estar aquí me deja sospechar que huir del mundo, de la vida moderna, no es necesariamente lo que quiero. Aunque este sea un pequeño paraíso escondido, no se si un lugar así, tan a espaldas del mundo, sea el lugar en el que quisiera vivir el resto de mi vida. Entonces, no me queda sino enfrentar el mundo, es decir, enfrentarme, lo que hay en mi mundo. Lo que sale de mi. Si huyo de mi misma, ese mundo solo estará lleno de huídas. ¿Será que pienso demasiado? ¿Es otra forma de evitar la vida? El mar. Al mar!


Me estoy leyendo "Nido Vacío" de la Inspectora Petra Delicado. Entretenidillo el libro. ..."Protesto y protesto, sin saber muy bien contra quien. ¿Contra Dios, el destino, la mala suerte, la genta, la vida, o el orden mundial?... Creo en tan pocas que nunca encuentro tribunal al que apelar y siempre acabo cargando la responsabilidad sobre mi misma... La felicidad consiste en tener un buen carácter: sereno, equilibrado y humilde. Eso, mezclado a la carencia total de aspiraciones, arroja un cómputo infalible: no se es desgraciado, sinónimo más aproximado de ser en este mundo perro feliz" ..."Paso libre, adelante, hay que aguantar y seguir en el camino, mientras las calles son las que son..."

Anoche vimos estrellas fugaces. Pedí muchos bonitos deseos. Mucha fuerza. Yo no quiero huir.
Se acaban los días en este paraíso. Sigamos el viaje. Que a eso vinimos. A viajar.


Ver el mar. Siempre llena el alma. 

18 de agosto. Capadocia.


Llevamos creo que tres días en Capadocia. ¿Quieren conocer otro paraíso? ese es Capadocia. Tenía miedo de las hordas de turistas, pero Capadocia es tan amplia que hay espacio para todos. El clima es maravilloso. Basta de ese calor húmedo. Las noches estrelladas son frescas, muy frescas, y los días soleados, pero no son infernales!


Capadocia es un lugar para caminantes, para caminar y perderse, para escalar, para reírse, para ver la naturaleza y el tiempo, y la historia todo junto, todo. Uno alcanza a ver el atardecer desde el tope de todas las montañas y se ve todo, todo, y el sol entre las nubes y uno de pronto se siente un poco como Simba en el rey león. Casi el rey de la selva, o tal vez lo contrario, pleno de ser tan insignificante, tan mortal en medio de lo fuerte que es este paisaje construido con el viento y sobre la piedra. O la arena. Tan insignificante en el tiempo.


En Capadocia se recomienda hacer auto-stop y no tomar ningún tour guiado. Caminar mucho.
Estas son las tierras de los caballos. Anatolia. La tierra también de las madres. Porque Ane, es en turco, madre.


Estamos quedándonos en Ürgüp con un señor couchsurfer que se llama Bruno. Bruno es francés, de Nantes, tiene 53 años (los mismos que mi papá cuando se murió), es cartero de profesión inicial, y luego de otras varias. Viena a Capadocia a pasar el verano, por el buen clima y para ahorrar dinero. De barbas largas y pelos alborotados, una barriga grandota y pies de elefante, Bruna va a centro de la ciudad con su Scooter y fuma en las tardes en la mesa del patio mientras conversa con sus huéspedes. De su trabajo como guía turístico aprendió ser un gran host y así recomienda rigurosamente a sus huéspedes todos los días un plan a seguir.

De sus recomendaciones nosotros, entre la tranquilidad de Emre (un amigo turco) y nuestra facilidad de perdernos y así perder el ritmo y la concentración hicimos solo partes. Me gusta dejarme sorprender por el paisaje, y disfrutar del camino. ver las flores, ir tomando moras de los arboles, moras gigantes y jugosas, uvas de los viñedos que crecen en estas tierras que parecen áridas y secas pero que en realidad son super fértiles o eso parece. Conversar con los buenos hombres en el camino, que siempre ofrecen agua, limonada o te y así ofrecen al mundo su esquina en medio de las rocas milenarias de Capadocia. ¿Para que viajar si el mundo llega todos los días a ti?


Hoy nos hemos levantado a ver los globos que vuelan sobre las rocas justo al amanecer. No pudimos hacer Hitchhiking (lo que me recuerda al Autoestopista intergaláctica de Adams) hasta el punto cercano donde se ve mejor todo, pero caminamos hasta cerca de la casa con un perro que llamamos Tony, paticortico y blanquito.



No me hubiera imaginado que existe un lugar todavía en el mundo en el que se puede hacer Auto-Stop. Aquí está.

Creo que este es el fin del relato. Hay fotos, muchas fotos. Y mas textos y algunos videos. Esperemos que salgan a la luz algún día.

Turquía llenó mis pulmones de buena energía. Ahora que venga lo que sea. 



jueves, 23 de agosto de 2012

Memorias de viaje: Estambul. Un monstruo de 7 cabezas.



Dormir en el aeropuerto como medida de economía. (Idea que sin saberlo se repetiría en los próximos 20 días). De desayuno un Bretzel traído de Berlin y un osito de chocolate que dieron en el avión. Muchos vuelos llegan en la mitad de la noche desde todas partes del mundo. Mientras procuraba tener los ojos cerrados y me protegia del frio en el piso con la cobija gris del avión de Lufthansa, la máquina que limpia el piso, shshsihsishsishshissuuuuu, el altoparlante femenino que anuncia los vuelos desde Osaka o Jakarta, la cinta transportadora exponiendo las maletas viajeras y los Japoneses desempacando de los paquetes sus compras de los Duty Free de alguna parte del mundo. A la vista cremas hidratantes, perfumes, objetos electrónicos. Salimos.



Ya mientras la luna se veía a lo lejos, aclaraba el día. Antes nos tomamos el café más caro de la historia, Starbucks por supuesto. El presupuesto empezó mal. Así de la Jetonmatik (la máquina que expende las fichas que son los tiquetes de metro) sacamos dos fichas para adentrarnos en la ciudad en un vagón de metro.



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Es imposible no comparar cada ciudad que visito con las ciudades que vi al crecer. Ya crecí y ahora visito otras ciudades que siempre se muestran cercanas a mis ciudades. Estambul es como una ciudad Colombiana. Sucia a veces, desigual, de arquitecturas fallidas. Le sobra historia y gente, o mas bien a las ciudades colombianas les falta la historia. Millones se mueven en esta ciudad, cientos de turistas al mismo ritmo que avanzamos como hormigas por los mismos lugares: Haya Sofía, Mezquita Azul, Basílica Cisterna, Sultanameth (barrio endemoniado de turistas).


 Hace calor. Ya no estoy acostumbrada a esto. Nos tomamos además la una cerveza cara en el hostal por recompensa a un día tan largo mientras bocanadas de humo de Narguile con sabor a manzana salían por nuestras bocas. Andrea ya planeó cada uno de nuestros días. Yo le sigo el ritmo. Es hora de dormir.



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Estamos debajo de la Torre Galata. Al otro lado de la parte Europea. Tuvimos que cruzar el Galata Bridge no sin antes habernos escampado de una lluvia de verano en medio de unos locales comerciales, tipo el hueco de Medellín.




Claro, éramos las únicas turistas de la zona. En vez de subir a la torre y ver Estambul desde arriba, pagamos un café turco en el Konak Café. Es caro. No importa. Necesitamos un poco de sombra, y ver la ciudad desde arriba siempre vale la pena cualquier café costoso.



Una pareja e la mesa del lado, el continua conquistándola con cada sonrisa, y ella guapa con ojos verdes, sonríe aprobando cada uno de sus movimientos. Están enamorados y yo sospecho que se van a casar. Ella intenta pagar la cuenta al final. Pero el no la deja. Es un juego de poder.




 


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 En esta ciudad estuvo mi papá por unos días un par de años antes de morirse. No recuerdo mucho de sus impresiones, pero sí que le encantó esta ciudad llena de gentes. Recuerdo que el gran bazar era su fascinación. (Probablemente sus habilidades de negociación eran mejores que las nuestras).



Aquí en esta ciudad de 7 cabezas monstruosas ha pasado la historia y ha sobrevivido un país. Marco Polo. La ruta de la seda. En fin. He olvidado mis clases de historia y procuro olvidar el olvido con lo que Andrea me cuenta que lee en la guía de Lonely Planet. El libro mágico que llevamos los viajeros (el nuevo libro guía de historia), siguiendo sus consejos, sus recorridos. Y creyendo cada uno de sus chistes malos. Los accidentes geográficos ya no son puntos sobre un mapa. Son superficies que piso, olores y colores que compruebo. Que recreo. El cuerno de oro, el Mármara, el Bósforo, Constantinopla. El Agua. El azul turquesa se lo inventaron en el mar que baña las costas de Estambul.



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Istanbul Modern es como un museo europeo en una ciudad que quiere ser europea pero que no se deja. A donde uno va, hay que comer comida chatarra local. Así llegamos a las hamburguesas mojadas en Taksim. Sudadas y amarillas. Probablemente sean de carne de gato, pero son deliciosas, mejor que las cheese hamburguer de cualquier macshit. Porque hay tantos gatos en Estambul? (Se responde la pregunta, a cada vez que en los restaurantes la gente dan parte de su comida a los gatos). Dicen que en el Islam es muy importante eso de compartir, incluso con los gatos?.



¿Cuántas mezquitas tiene Estambul? ¿Istanbul? Y los llamados a los rezos 5 veces al día recorren la ciudad como un rumor repitiéndose en todas las esquinas. Miró el reloj. La misma hora de ayer, y será a la misma hora de mañana. Como cuando recomiendan comer 5 veces al día para una vida saludable, aquí recomiendan orar 5 veces al día. En las mezquitas no hay imágenes. La arquitectura y los minaretes se alzan como imágenes de por si poderosas sobre la ciudad. No hay imágenes, pero hay oraciones-música. No sé que dicen. No parecen perjudiciales. De hecho me gustan. 



Me gusta tomar caminos alternativos. Los que nadie nunca toma. Y de repente llegamos al puente de los carros, por donde hay pocos peatones y menos turistas. Es domingo. También hay pescadores sobre el puente, como en el Galata. Los hombres nos miran demasiado, y Andrea acelera el paso. El atardecer está precioso. Yo tomo un par de fotos a costa del afán de Andrea, del riesgo y de mi ingenuidad. Qué más da. Por aquí solo pasan locos.


Nosotros estamos inmiscuyéndonos en un paisaje marginal pero no hacemos mucho daño. Solo miramos. Apunto con mi cámara para llevarme un par de postales.

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La jetonmatik es una máquina la futuro a universos paralelos. Los pececitos plateados que pescan desde los puentes se confunden con las luces del sol sobre el agua azul turquesa. Estamos en el lado Asiático de Estambul.



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Me gusta caminar las calles solas, ver las fachadas mudas manteniendo el silencio en los días en que las puertas y las ventanas no se mueven. Las casas como cajas encerrando secretos. Me pregunto, como parte del viaje, si seré capaz de escribir como un oficio. Escribir por fuera de los lugares comunes. Escribir por siempre. Lugares comunes. ¿Acaso no somos los humanos los mismos? No es sino mirar a los turistas, que como yo, hacemos lo mismo. Las mismas fotos, los mismos caminos. El lugar común del consumo de lugares, llevar el recuerdo en bits para que se pierda en aparatos electrónicos y en las neuronas de la vida.

Necesito encontrar un oficio.

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 Beyoglu. A lo largo de la Istiklal Cadessi. Ríos de gente, esta avenida comercial con edificios de arquitectura neoclásica, los mejores días de finales del siglo 19 y principios del 20. Un siglo después, centros comerciales, marcas de ropa. Tanta gente como el mar que se mueve y se remueve a cada vez. Esta masa de gente, cada cabeza y sus pensamientos, cada vida, cada pensamiento revolcándose al andar a cada segundo. La fuerza de esta ciudad es la fuerza del viajero, que la camina presionando y formando los caminos a cada paso.

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Me gusta como salen las sonrisas aquí con los turcos. Como naturales, como un hábito milenario producido por el misterio de mirar a los ojos. Los ojos de la gente de aqui adivinan tu cabeza y se extienden hacia adentro como unos hoyos negros.

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Pasamos la noche como la ciudad: sin dormir. Desde arriba vimos como la ciudad vive inquieta incluso cuando se pone el sol. Cuando no hay sol. Cuando solo hay luces, cuando ya no las hay. Cuando sale el sol. Si quieren conocer una ciudad que no duerme, Estambul. Aquí hasta los dragones de las aguas oscuras de la noche se mueven de un lado al otro sin descanso. Solo la bruma hace parecer que la ciudad se ha apagado. Solo esconde su inquietud. Pero como siempre con los ojos hay que tocar mas allá de la superficie y suponer lo que pasa en esa geografía entre el mar y la montaña donde viven millones buscando el pan de cada día, la diversión de cada noche, el aire fresco escaso de la noche.


Sin dormir lo suficiente y antes de viajar, recorrimos la ciudad por el lado de las murallas caminando hasta el mar, donde los barcos aguardan como en pie de lucha en una batalla naval su paso por el Bósforo.




Entre las dos murallas, los campesinos que viven ahora en la ciudad se dedican a sembrar todo tipo de verduras. Un tipo de agricultura urbana diría yo más que para el propio consumo, vender en las esquinas un poco de todo y así ayudarse en la vida dura de la ciudad. Pero solo son suposiciones de viajera. Ficciones en esta ciudad bonita.

sábado, 23 de abril de 2011

Brújula

Estar perdido es también algo esencial para el viaje. Por eso antes los caminantes usaban las estrellas, los navegantes las brújulas y ahora en los autos y en los bolsillos gps's. 

Si uno decide dejar la silla del trabajo, los afectos cálidos y las  rutinas de la casa, el viaje siempre trae disrupciones. Todo empieza a cortarse, a moverse en círculos, a subir y bajar montañas. Por eso la brújula es el que da el norte, el oeste, el sur, el este. La brujula indica todo el tiempo que andas perdido. Que no se sabe cual es el camino, confirma entonces una desición. Cuando se tiene un mapa se va sabiendo a dónde y como y por cual lado. Con la brújula es intuición es seguir un plan, que puede cambiar en cualquier momento. Porque la brújula no indica el camino: indica solo direcciones y uno toma un camino. 

La brújula. El mapa. El cielo y las estrellas. El tiempo que corre y la noche que ennegrece el horizonte. Y uno, el viajante, caminando en zig zag, renuente a detenerse y atajar el camino recorrido, sentir el cansancio de lo en vano.

Pero siempre es un camino. A veces caminar sin rumbo, sin mirar la brújula aunque sabiendo que esta ahi. Atento al paisaje. Ese es el camino. La meta no importa pues siempre que hay un punto de partida hay puntos de llegadas. 

Y me lo repito. Hay que caminar. Hasta el final, asi no sepa cuando haya un final. Este tambien es un camino. Se hace, como dijo el poeta, camino al andar.

(Hoy recorrimos 450 millas. El GPS supo llevarnos por los paisajes. Yo se que es un viaje fisicamente correcto, seguro dará algunas pistas para el viaje en la cabeza y el corazón)

sábado, 16 de abril de 2011

Cuando voy de viaje

Me pasa cada vez mas frecuentemente que en los momentos cuando no debo, pienso lo peor. Imagínese que cruza un puente de palitos y que es de vida o muerte cruzarlo. Como estoy, si me dicen que no mire para abajo, es lo primero que hago y cruzo pensando en la caída.

Asi con la cabeza hacia el suelo y los pies contra el cielo en una feria de pueblo,viendo a Praga al revés, pense por un momento que pasaria si me quedaba ahi atorada sosteniendo la posición al revés con las ideas revueltas, o aun peor, si el seguro de la silla falla y uno cae, ni siquiera en caída libre sino tropezándose con el aparato entero: papilla.

Y ahora que me monto en un avión, y recuerdo el susto que me da volar: piense en una lata de sardinas que es lanzada de las manos de un niño a otro como un juego, asi la lata, el avión, puede caer en quier momento, perder el impulso, simplemente como una piedra, estrellarse contra el piso.

Por la ventana el cielo está azul. Es primavera, en algún lugar, no en Berlín, se disfruta de un dia de sol.

Ahora piense en una cebra para cruzar el semáforo. Mi viaje es de un lado del semáforo al otro. Que puede pasar mientras pasas la cebra con una fila de carros acelerando para arrancar? A cada paso pienso en si se me dobla un tobillo, o que tal si no levanto bien el pie, mi pie perezoso que a veces no calcula bien cuanto tiene que elevarse del suelo para dar otro piso, y si llevo paquetes caeré y no podré sostenerme de ninguna manera, y justo el semáforo ha cambiado y estaría perdida.

Voy volando por el canal de la Mancha. A la turbina no se le agota el impulso aun. A mi lado una señora no habla inglés, solo alemán. Al otro lado mi mamá y su español, y yo en la mitad.

Ahora estoy montada en el bus. Ahora no me imagino nada fatal aunque ya muchas series se han imaginado todo. Se cual es el paisaje que voy a ver hasta llegar a la gran ciudad.

Miraré para la izquierda cuando vengan los carros. Que no sea como esa chica del libro que murió atropellada por un bus por olvidar que aqui casi todo es al revés.

***El libro, se llama "Mañana en la batalla piensa en mi" de Javier Marías
***Esto lo escribi porque me da miedo volar en avión. De vez en cuando.

sábado, 2 de abril de 2011

Praga


Tomar un carro con un checo al que no podía entenderlo. Me senté en la silla de atrás, al lado de una alemana entusiasta por hacer amigos y adelante un búlgaro que iba a emborracharse a la misma ciudad a la que yo iba de paseo y a visitar a un buen amigo. Praga.

Autopistas veloces, la noche de viernes y el fin de semana al frente. Una estación lejos, y el checo nos dice, tranquilos, que Praga no es como Berlín, solo tiene 3 lineas de metro. Hice una llamada, a dónde tengo que llegar, idioma incomprensible, inhablable si es que esa palabra existe. Finalmente 26 coronas para llegar a alguna estación. Hola, un abrazo, una bonita sorpresa. La noche, la plaza, en casa, una cerveza, y vamos de paseo por la noche de Praga.

Y empezamos a bajar la montaña. Cómo extraño las montañas, y empezamos a caminar por las callecitas de piedras y las luces amarillas, y ahi esta el castillo, y yo veo las puertas antiguas, las casas de colores tenues, la pintura de las paredes cayendose, un nivel freatico muy alto, digo. Y luego se escucha el río, un rio fuerte, y esas calles solo para nosotros como si fuera un set de película cuando la grabación se ha acabado. Y nos preguntamos quienes viven en esas casas, y seguimos caminando, y yo no entiendo la forma de la ciudad, es la noche, son las risas, son los pasos en medio de la conversación, aun no la entiendo, este paisaje de cuentos de hadas. Una carpa y una fiesta en medio de un parque, luego un bar rojo, una cerveza por alli, otra por allá. Tomar el tranvía antiguo como de juguete, y los checos malacarosos, las niñas pálidas como princesas de ojos azules, y los chicos de pelos largos y barbas monas. Como príncipes y princesas en el tiempo off de la película.

Un amanecer gris, un sábado con la ciudad expectante, ansiosa por sus turistas. Yo soy una mas, entonces vamos donde está la masa. Y tomamos otras calles y volvemos al castillo, y sonreímos en el castillo, y odiamos a los demás turistas. Lo bueno de las ciudades con montañas es que es fácil tener un mirador asi este sea muy popular, para entender la ciudad y sus formas y sus techos y alturas. Las casas en la luz del día, asi sea gris, cargan sus colores de luz, sus formas de góndolas y peces de bocas grandes, sus puertas y forjas. Lo viejo se hace viejo, y lo nuevo, permanece esperando el nuevo tiempo que volverá sobre ellos. Y entonces huyendo de la masa de turistas vamos a la feria. Metro, tranvía. Es lejos, aunque uno siempre toma menos de 20 minutos de un lado a otro. Es como un pueblito, y la imagen del cuento de hadas permanece.

Llegamos a la feria y todo es felicidad. Volver a ser niños, porque los recuerdos no envejecen, asi seamos dos jovenzuelos que nos negamos a envejecer. Y buscamos los carros chocones, y luego un algodón de azucar. Y yo miro expectante los aparatos de altura y velocidad, y sonreímos, y bueno que si, y veo una ciudad con los pies en el aire mas del tiempo deseado, pero sonriendo, y pensando en cómo sería la caída desde esa altura, y otras vez abajo y de nuevo a arriba, y esta ciudad se ve muy grande, y el parque a un lado, lleno de árboles y un verde tímido de una primavera temprana, y los carros remolques de la feria, y pienso en los freaks, y en esas malascaras de los que atienden cada juego, y en familias de ciudad en ciudad, nómadas, y en esta europa del este tan diferente ya de lo que nosotros conocemos, todo esto mientras tengo las piernas al cielo y la cabeza hacia la tierra en una atracción “High voltage” que se demora demasiado, porque ya he pensado demasiado. Basta!


En tierra de nuevo una cerveza, vamos al parque, y caminemos y encontramos el barco pato, y los patos que caminan al lado de las chicas, y que luego cruzan la calle, como si de ellos fuera la ciudad entera: los patos son los dueños de Praga, el tráfico se detiene y tres patos en fila cruzan la calle. Seguimos caminando y encontramos las mansiones y las embajadas, y un restaurante chino, en checo, la chica, culquier idioma que hablara no importaba, china, creo, estaba viendo sus novelas en el pc en chino. Estabamos interrumpiéndola. No entiendo eso del cambio, coronas, euros, luego pesos. No se que es barato y que es caro. Simplemente mas bien no pienso en eso. Imagínense, 69 coronas por el plato, y de tomar alguna cerveza de 35 o menos coronas, y yo aquí pagando 3 euros por una cerveza, y en Colombia 3000. A todas estas las coronas dónde están en el sistema de conversión. No lo entiendo, es díficil. Vamos a casa. La noche se llena de zombies, y preferimos quedarnos en casa. No queremos aguantar las noches frías que se devuelven de la primavera a los recuerdos del invierno.


Medio dia. Es domingo 27 de marzo y hay cambio de horario. El chico que anda con las instrucciones de su reloj en la mochila es mi amigo. Vamos otra vez a la ciudad de los turistas. Vamos. El puente de Carlos, con los soldaditos y los bares del medioevo. Cielo azul y primaveral. No se porqué viajar me llena de sonrisas, empiezo a preocuparme. EL puente de Carlos es como el puente de las artes en París, solo que Praga es mas íntima que París, no sale en tantas películas, y es igualmente bella y romántica. Se ven por ahi las parejas, tomadas de la mano, lunas de miel soñadas. Y el río y el sol y el cielo azul. Vamos, vamos, salgamos de donde los turistas y los enamorados, vamos a caminar por este barrio, y el mapa medio roto y las guías que nos dicen. Vamos al barrio Judío, ahi despues de Cartier, y aun mucho turista, y esas casas grandotas y las otras mas pequeñas a las que solo les falta el techo de paja.

Sigamos caminando, vamos, vamos. Un parquecito persiguiendo el sol, una cerveza, y el sol primaveral. Edificios de todos los colores pasteles, ¿Sabes? Abajo están restaurados, y arriba no. Por eso me gusta esta ciudad, se le ve el tiempo, me gustan las montañas, y el río, si tambien el río.

Vamos sigamos caminando encontremos un lugar rico para comer, y una viejita que habla en varios idiomas, y nosotros nada de checo, aunque tu hablas tres palabras que siempre son útiles. Vale. Unas carnes de cerdo buenisimas. Menos mal el menú esta en todos los idiomas, aunque no en español.


Es hora de irme. Despedirse siempre es triste. De la ciudad, de los amigos. Adiós Praga, espero volver pronto. Adiós! Nos veremos pronto!

Llegar a Berlin, sonreir. En serio, me gusta tanto pasear como respirar.