Buscando algo que me de aliento, me levanto, me tomo todo el tiempo, aunque no puedo desayunar y salgo. Me monto en un taxi, me pregunta que en que estoy pensando, que si en la vida, y yo ya no me acuerdo en que pensaba. Pero seguro pensaba en todo y en nada. No tengo con que pagar la carrera de 7000 hasta el centro y como es amigo me dice que después se la pago. Espero, veo la gente pasar, espero. Llega uno, me tomo el tinto, de y de pronto veo blanco y me siento mareada, nos hacemos los locos, me echo unas gotas, de pronto es el ojo. La cabeza me duele. Llega el otro, entramos, saludamos, esperamos. Hablamos del clima, planeamos, soñamos. Luego saludamos, oímos, tres palabras, otra promesa, y nos vamos. Antes de irme, siento la cara dormida, la lengua la perdí y pensé que así se deben sentir todas las señoras después de la sesión de botox, o que quizás ese podría ser el inicio de una muerte lenta causada por una trombosis. El pensamiento me asusta un poco, porque muertos hay muchos todos los días, y hoy particularmente cercanos. Empecé a sentir que todo afuera era demasiado lejano, que estaba muy adentro, que solo quería dormir, que no podía, entonces permanecí en silencio. Trate de quitarme la x de la frente, ponerme una “a” o por lo menos una “y” pero seguí x toda la mañana, todo el día, toda la noche.
Un zapateo constante, un espacio familiar, nocturno misterioso. Miedoso, tranquilo como mi día x lo necesita. Una música que me encanta, que yo sé, que me encanta pero algo pasa, está muy afuera. El hormigueo en mis manos y en la cara se ha ido, pero sigo tan extraña a lo que pasa afuera que parece haberse quedado y quien sabe hasta cuándo… pienso en que me gustaría trabajar en ese lugar, en la vida sencilla, en merodear la noche, los que ya no hablan, porque ya no viven. Vi las cajas para las cenizas, y recordé mis cajas para cenizas, las negras que ahora guardan polvo, polvo del mundo, pero de ningún muerto. Que las cenizas están en una caja mal pintada y con la pintura arrancada, y que esa es la única certeza de que esas, son sus cenizas. Pero qué más da, cuando uno se va, ya esta ido, y no hay ni cenizas que lo traigan de vuelta. Pienso que quiero escribir, que las palabras fluyan, me dice el del taxi, que todo bien, que hacemos el change, y yo pensé, que seguro señor taxista usted no quiere hacer el change. Fuimos le hicimos carita de ángel al bombero y maravillosamente un billete de 20.000 se convierte en dos de 10.000. Llego a mi casa y hay una glorieta virtual con estoperoles tipo quesito al frente. Por lo menos ya tengo una señal más para decir a las personas donde vivo: que detrás de la iglesia, que al lado de la eps, del teléfono amigo de la esquina, y ahora, de los estoperoles de la glorieta virtual. Siento todo y nada, lloro, río, no quiero y si quiero. Me dicen que vaya a dormir, que una agüita aromática, que un te, que chocokrispis, que comidita. Ahora que tengo un poco de hambre debí haber recibido alguito. Que la perra se comió un jabón, y que me da besos para secar las lágrimas.
Se oye la lluvia otra vez, tengo escalofrío, y las orejas calientes. Hay silencio, y solo las teclas que tocan mis dedos se escuchan. Pienso en cada cosa, pero cada cosa se vuelve nada, más bien no pienso antes de estropear lo que no ha empezado. Mi mamá reza, ora al de arriba, yo la escucho, yo le creo a sus oraciones. Creo que puedo ir a dormir. Solo necesitaba espichar tecla por tecla.
2 comentarios:
lindo relato, te felicito ana maria
Hay silencio y solo las teclas... Demasiado bello. Besos amiga
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