He vivido mis 25 años y medio en el mismo lugar. He visto el barrio cambiar, crecer, llenarse de edificios. He caminado las mismas cuadras, las mismas calles, las mismas esquinas. Los sonidos han cambiado pero siempre esta el del bus que pasa por la esquina y que de niña lo sentía en el temblar del edificio. Del señor del colombiano, y la carreta de los limones. Beatriz la que cuida los carros los domingos, y Margarita la que se hace la manca los domingos para pedir limosna. Las mismas crispetas anisadas después de misa, los mismos locales comerciales viéndolos cambiar de marca. Otros skates patinando en la esquina del frente en las noches.
Mis calles eran de niña las de las cuadras cercanas. Con Iván paseaba las calles mientras el hacía los mandados. Íbamos a Conavi donde pensaba que había una bóveda llena de dinero donde como el Tio Rico, uno podría zambullirse.
Así yo siempre decía que vivía detrás de la iglesia de Santa Teresita y una cuadra abajo de Mimos. Y así todo el mundo sabía donde vivía yo. O por lo menos lo suponía. Para mi era imposible que alguien se perdiera con esas grandes referencias.
En Mimos me comía yo después de la guardería todas las tardes un mimo. Me gustaba, no el congelado, sino el de crema blanda y chocolate recién puesto, y con crispis pero no siempre le poníamos porque era un poquito mas caro. Y por supuesto varias veces se cayó el mimo en el piso mientras caminaba de la mano de Iván. Ahí ha estado Mimos hace mas de 25 años. Ahí comíamos después de la misa dominguera. No importaba la hora, porque hasta los domingos lo cerraban a las 9.
Y la iglesia. Esta iglesia grande, ese campanario que antes se veía desde todo el barrio, pero que ahora los altos edificio lo tapan. Y yo soñaba con escuchar las campanas que solo cuando ya grande sonaron. Creo que las campanas no existen realmente y es una grabación. Y ese es el mito del barrio. Ahí, los recortes de ostia, los periódicos de los domingos: el Tiempo, el Espectador y hasta el Mundo, nos llevábamos después de misa de 12.
Luego aquí estaba una carpintería. Nunca entre pero uno siempre pasaba y estaba el olor del aserrín y todo para adentro era puro aserrín. Ahora, no se que es eso. No se que hacen ahí. Luego estaba el mercado Santa Teresita. Donde Don jorge. Ahí estaba la carnicería con los pedazos de vaca colgando y a mi no me gustaba ir porque era oscuro y olía a carne. Y los ganchos que sostenían los pedazos de carne eran muy miedosos. También había verduras. Y olía a verdura. Era un sótano húmedo. Y Don Jorge, me daba miedo.
Aquí estaba la “Tienda americana” Ahí alquilábamos películas de betamax y mas grandes de VHS pero desde que salió el VHS no tuvo el mismo prestigio. Y luego la cerraron. Ahí alquilamos a los ositos cariñositos, a superman, la peli de los Hombres G, todos los Karate Kid y los niños Ninja. Por ahí pasábamos después de la misa, o los sábados en la nochecita con mi papá, que nos dejaba llevar tres películas, además porque la dueña ya era amiga de nosotros.
Y aquí vivieron las viejitas toda la vida. Ahí pedíamos confites, y las viejitas nos hacían seguir y la casa olía a viejita pero tenían una pecera rebonita con un barquito pirata hundido al que le salían burbujas. Las viejitas se murieron y ahora quien compró el primer piso, hizo unos locales que esta arrendando. Por si alguien está interesado.
Y yo vivo en el 401. El citófono sirve apenas hace unos años. Antes, antes no se como entraba. Iván me esperaba a las 4:15 de la tarde todos los días a que me bajara del bus del colegio.
Aquí vivo yo. En el edificio Teruel. En Laureles. Barrio donde hasta los gatos se pierden.
1 comentario:
Detrás de los edificios de tu ciudad, operan héroes invisibles: empresas de servicios esenciales que protegen y fortalecen estructuras, garantizando la seguridad y evitando catástrofes. Su labor es fundamental y a menudo pasa desapercibida
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