Solo pensamientos, historias por escribir para que luego no las olvide. O solo para sacarlas de la cabeza...

viernes, 2 de septiembre de 2011

Un adiós obligado.




Cada cosa trae un recuerdo. Uno quisiera quedarse aquí muchos días, para recordar cada cosa, para despedirse de todo y de todos. Pero no. Son días contados, recogiendo recuerdos como en emergencia, llorando como por última vez. La cenefa pintada a mano con un stencil lleno de risas y tardes. Las ventanas una ganga producto de un mal negocio de un vendedor. Una casa grande, sobre una más chica. Una piscina, donde hubo fiestas, reuniones, o sólo noches tranquilas y estrelladas mientras los murciélagos escapan de los obstáculos.


¿Qué significa una finca? Esta, Finca Maria Paula en Doradal, Antioquia, el centro de Colombia, significa muchas cosas. Significa mi papá. Significa una historia. Significa una familia. Un sueño.


Dicen las fotos, y los recuerdos que llegamos a un peladero. Luego se fueron construyendo pocas cosas. Yo recuerdo que viajabamos de un dia a otro. Recuerdo, el sonido de las chicharras, y las luciérnagas capturadas en un tarro. Cuando hubo una casa más grande, la primera para nosotros, de una cocina diminuta, y dos cuartos apenas, llegamos con un trasteo gigante: camas tubulares rojas, colchones, angeos para las ventanas: había que armarlo todo en cuestion de un dia. Mi papa traía consigo unos cálculos y muchos dolores, y sin embargo armamos cada cosa. Era la ilusión, de la finquita, de la tierrita, de las vacaciones juntos, de armar entre todos este lugar. De pronto esta finca nos deja una lección la cooperación. Esto fue construído por los afectos de cada uno. Pero también por el trabajo de cada uno y sus recuerdos. Cuanta felicidad de mi papá y mi mamá a cada vez que corriamos entre los árboles jugando y gritando cuanta cosa se nos ocurría. Jugando con la víbora-manguera. Recorriendo los sembrados con las frutas exóticas que para nosotros existen desde siempre. Yendo a ver el ganado. Brincar la cerca, pasar el alambre de puas. Montarse en un táparo e intentar cabalgarlo. O acostarse bajo el sol. Como si el sol no fuera a volver a salir con su energía nunca mas. Llegar cada temporada y armar todo de nuevo. Sacar las cosas, poner la finca bonita solo para nosotros. Era como una muñeca a la que se engalana para el juego.



Yo recuerdo mis rincones llenos de lecturas. Mis siestas interminables. Mis tardes de pintura. La música en mis oidos. La chicharra que explota a cada tarde. Los pájarons bullosos que deshojan los árboles. Los almendros, mis árboles favoritos que se extienden como si su única mision fueran dar sombra y protección. Recuerdo a mi abuelo. Recuerdo a mi papá. Recuerdo a mi mamá y su valentía. Recuerdo las noches de juegos en que jugando parqués terminaba en gritos y furias por no saber perder. Claro que todo estaba precedido de risas y carcajadas, de los trucos que mi papá nos enseñaba para la vida, mas que para el juego. Recuerdo las noches de tormenta y a mi papá asomado con la linterna en la oscuridad y entre los rayos y centellas. Quiero llorar. No se como despedirme de una vida entera. No se que hacer con todos estos recuerdos. No quiero despedirme de esta historia. Pero se que hay que hacerlo. No quiero imaginar este lugar habitado por cualquier persona.


Pero supongo que es la vida, la que nos obliga a dejar todo fluir. Cuando se ha avanzado en el camino, si un pie se queda atrás, el caminante no puede continuar. Supongo que esto es mover el pie hacia adelante. Y dejar que alguien mas camine por aquí.

 Este lugar tiene una energia muy bonita. Es justo que nos llenemos de ella de nuevo. Para llevárnosla siempre en el corazón.

(Escrito en un fin de semana de despedida)

1 comentario:

La Coquito dijo...

Hola. Soy algun otro niño que crecio en alguna de las fincas de al lado. Wow, me gusto tu historia porque es identica a la mia... Despues de muchos años justo estamos buscando nuestra finca para saber si hoy en dia aun existe. Pero no entiendo por que la tienes que dejar. ;)