Me gusta caminar por
la nieve. Se siente un poco el frío, también cómo la suela lentamente se hunde
en el grosor de la capa que la nieve ha formado al caer. Se hunden entonces un
poquito el zapato, y suena, así, scschhhuhhh, a cada vez. Me gusta ya en la
noche que la nieve se vuelve amarilla bajo las lámparas de la calle y entonces
cobran vida las formas que en el día se
escondían, el relieve del piso, las huellas de los zapatos, hasta la dirección
en que el viento sopla.
Me gusta entonces
caminar donde nadie ha caminado, y dejar mis huellas: Hacerlas despacio y luego
rápido y tal vez dejar mi propio caminado ahí hasta que alguien más las pise de nuevo,
alguien quite la nieve del camino, hasta que caiga mas nieve y cubra de nuevo y
con esa paciencia mis huellas, que siempre, siempre, sobre la nieve o sobre
cualquier cosa son solo temporales.
Tal vez es la
nieve, sobre todo esta chispita de nieve que cayó hoy, como el tiempo, que poco
a poco va formando capas en los recuerdos, en la piel, en los años, en los
amores, en los odios. Así va haciendo la nieve, pero todo pacientemente y a la
medida de un par de días, de un par de meses, o bueno tal vez mas que dos
meses. La nieve, esa arena blanca ligera y delicada, persistente, tan temporal
pero tan contundente.
Y el silencio, que cuando todo está cubierto por esa capa
de azúcar en polvo, cambia, se siente otro. Un ruido más
silencioso. La gente cambia hasta la prisa, la mirada, probablemente, retando
la persistencia del clima.
Por la nieve.
2 comentarios:
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