Hace un tercio de vida te fuiste de mi vida. De nuestra vida. Mas de un tercio de vida. Cada día que hoy son muchos, tu recuerdo se hizo mas grande, tu realidad mas lejos. Hoy después de nueve años la vida sin duda siguió, el mundo no se acabó, el despertador sigue sonando cada mañana.
Después que te fuiste terminé la universidad. Hoy no soy exactamente artista, aunque eso sea lo que haya estudiado. Soy de nuevo estudiante. Y ya no vivo en la casa, con todos, sino que estoy lejos. Me busqué un trabajo del que disfrutara mucho como tu solías decir: el trabajo es tan maluco que le pagan a uno, por eso uno debería buscarse uno no tan aburrido. Entonces me divertí como loca, aprendí del trabajo, encontré un oficio. Lo dejé, lo reencontré. Hoy estoy lejos de esa vida, lejos de la ciudad donde crecimos bajo tu cuidado, hoy estoy sola, sola sin ti, sola sin muchos otros, pero conmigo.
La vida sería otra contigo a mi lado aún. Pero lo que aprendí sin ti, fue tan grande como lo que aprendí de ti. Hoy lo que fue tu casa no es mi casa, aunque sea mi familia. Hoy ya no soy tu niña, hoy soy una mujer.
En mi te observo a veces y eso me llena de orgullo. A veces quisiera que me vieras, ¿me ves desde alguna parte? ¿Sabes lo que hago? Ya no estás para verme, ya no estás para aprobarme ni aplaudirme. Sin embargo a veces miro a la nada preguntándome cual hubiera sido tu opinión, tu solución.
Solo a veces. Porque se que dentro de mi, y dentro de nosotros están todas las repuestas. Hubiera querido que viviéramos mas juntos, que me vieras sonreír con todas las cosas que hago, que vieras mi nombre en los créditos de la televisón, en un diploma, en una visa, en un tiquete de ida y vuelta para ir y volver de casa y llegar al mismo tiempo a casa.
Hoy después de nueve años, después de recordar una y otra vez esa mañana en la que te fuiste de repente, después de desear que todos los papás del mundo se fueran y asi que todos los hijos, sintieran lo que yo sentí, solo puedo honrar a los vivos. Recordar la vida. Vivir la vida, mi vida y toda la gracia que hay en vivir.
Entonces pongo una canción de los Beatles, miro los trenes pasar, pienso en tu sonrisa, en tus manos grandes. Le echo tabasco a la comida. Escucho a los demás. No escucho a veces también. Mi memoria es de papel. Llamo a la mamá. La miro a los ojos, asi no la esté mirando, y entiendo porque te enamoraste de ella. Miro a mis hermanos, me veo en ellos, te veo en ellos, leo nuestras historias, recuento los días. Sueño nuevos sueños. Tengo miedo. Pero me hago la que no tengo. Quiero salvar al mundo y mas bien no lo hago.
Va a llegar un día en el que mi vida sin ti, será mas larga que la vida contigo. Un tercio de vida es mucho, es poco, depende cuanta vida haya.
Antes hubo mucha. Después mas.
Solo pensamientos, historias por escribir para que luego no las olvide. O solo para sacarlas de la cabeza...
lunes, 25 de febrero de 2013
viernes, 8 de febrero de 2013
Insatisfacción
Seguro alguna vez leí algo parecido a lo que voy a escribir. Seguro ya lo han dicho, seguro usted también se ha sentido asi. Y seguro, solo repito y repito. Antes cuando vivía allá, en mi tierrita, soñaba con viajar lejos, conocer “el mundo”. Y luego, hoy cuando estoy en el mundo, sueño con volver, con seguir buscando. Irme para volver, volver, para desear partir de nuevo. Para añorar ese lugar que he dejado, para seguir mirando mas allá de estos pies que pisan este suelo, de estas nubes que cruzan por la ventana, mas allá que estos horizontes, por qué no volver a los horizontes color ladrillo, a las montañas que me ahogaron alguna vez, al calor que tanta falta me hace. O tal vez no tan lejos, tal vez aquí mas cerquita, en un pueblito aún más anónimo, de nuevo en un idioma que no entiendo, otra vez sentirme extranjera, otra vez empezar de nuevo, otra vez desde cero. Buscar y buscar, y al final, nunca encontrar.
Entonces para la insatisfacción me receto chocolates, pelis bonitas, poesía, amores duraderos, noches profundas y oscuras, orgasmos largos, euforias alcohólicas, tal vez salir corriendo detrás de un bus, o solo correr para la salud. Nadar para la calma. Estar sola, o tal vez con mucha gente.
Pero no, igual. Sigo buscando sin encontrar, como un pajarito desorientado que perdió su bandada, no encuentra ni el sur, ni identifica el sol cuando sale al amanecer.
Para la insatisfacción nos recetamos irnos de compras, hipnotizarnos con los artilugios del mundo moderno, llenar la vida de emociones que temporalmente nos hacen creer que todo esta bien. Sin saber muy bien cual es el estado bondadoso de la vida. Esta vida moderna que nos hizo creer que había que llegar a un estado, que había que buscar la experiencia, la sabiduría, el estatus, la competencia. Que el amor es como en una comedia romántica, las rupturas como en una novela venezolana, el glamour como en una alfombra roja.
Pensé que había dejado de buscar. Y temí mientras tanto dejar de soñar. Ahora no se dónde están los sueños, los tesoros ya encontrados, menos el mapa para seguir buscando.
Olvido en las noches, pero en las mañanas me acuerdo de nuevo.
Estoy cansada de buscar. Estoy cansada de nada y de todo.
Entonces para la insatisfacción me receto chocolates, pelis bonitas, poesía, amores duraderos, noches profundas y oscuras, orgasmos largos, euforias alcohólicas, tal vez salir corriendo detrás de un bus, o solo correr para la salud. Nadar para la calma. Estar sola, o tal vez con mucha gente.
Pero no, igual. Sigo buscando sin encontrar, como un pajarito desorientado que perdió su bandada, no encuentra ni el sur, ni identifica el sol cuando sale al amanecer.
Para la insatisfacción nos recetamos irnos de compras, hipnotizarnos con los artilugios del mundo moderno, llenar la vida de emociones que temporalmente nos hacen creer que todo esta bien. Sin saber muy bien cual es el estado bondadoso de la vida. Esta vida moderna que nos hizo creer que había que llegar a un estado, que había que buscar la experiencia, la sabiduría, el estatus, la competencia. Que el amor es como en una comedia romántica, las rupturas como en una novela venezolana, el glamour como en una alfombra roja.
Pensé que había dejado de buscar. Y temí mientras tanto dejar de soñar. Ahora no se dónde están los sueños, los tesoros ya encontrados, menos el mapa para seguir buscando.
Olvido en las noches, pero en las mañanas me acuerdo de nuevo.
Estoy cansada de buscar. Estoy cansada de nada y de todo.
miércoles, 16 de enero de 2013
Por la nieve
Me gusta caminar por
la nieve. Se siente un poco el frío, también cómo la suela lentamente se hunde
en el grosor de la capa que la nieve ha formado al caer. Se hunden entonces un
poquito el zapato, y suena, así, scschhhuhhh, a cada vez. Me gusta ya en la
noche que la nieve se vuelve amarilla bajo las lámparas de la calle y entonces
cobran vida las formas que en el día se
escondían, el relieve del piso, las huellas de los zapatos, hasta la dirección
en que el viento sopla.
Me gusta entonces
caminar donde nadie ha caminado, y dejar mis huellas: Hacerlas despacio y luego
rápido y tal vez dejar mi propio caminado ahí hasta que alguien más las pise de nuevo,
alguien quite la nieve del camino, hasta que caiga mas nieve y cubra de nuevo y
con esa paciencia mis huellas, que siempre, siempre, sobre la nieve o sobre
cualquier cosa son solo temporales.
Tal vez es la
nieve, sobre todo esta chispita de nieve que cayó hoy, como el tiempo, que poco
a poco va formando capas en los recuerdos, en la piel, en los años, en los
amores, en los odios. Así va haciendo la nieve, pero todo pacientemente y a la
medida de un par de días, de un par de meses, o bueno tal vez mas que dos
meses. La nieve, esa arena blanca ligera y delicada, persistente, tan temporal
pero tan contundente.
Y el silencio, que cuando todo está cubierto por esa capa
de azúcar en polvo, cambia, se siente otro. Un ruido más
silencioso. La gente cambia hasta la prisa, la mirada, probablemente, retando
la persistencia del clima.
Por la nieve.
lunes, 14 de enero de 2013
Los días
Un cielo enorme
que empieza a girar y yo que abro los ojos despertando de un mal sueño que no
lo era tanto. Nada giraba debajo de mi, pero en mi cabeza, todo más confuso que
de costumbre en los sueños. Tardo una hora y media en levantarme de la cama. El
despertador suena a las 9:00 am.
Finalmente entre sueño y sueño que yo no puedo recordar, decido levantarme. Es
domingo. Es día de descanso, pero en mi vida y horario de estudiante no
importa. Mi casa está sola. Eso significa que no hay mas compañía mas que yo
misma y mis pasos. A veces siento los
pasos de los vecinos de abajo, lo que es raro, pero igual, en medio de su
bullicio tal vez hacen competencia al mío. Pongo música que me acompañe, Johnny
Cash, Air, cualquier cosa. En la ventana cae nieve y puedo escasamente
concentrarme. No es culpa de la nieve. Pero ¡es tan bonita! Espero entonces a
que deje de caer, porque siempre aparece el sol, aunque tenue, rayos de sol que
sacan ligeras sonrisas de días al interior de las casas. Casas que resisten la caída
de la nieve pacientemente, el hielo o el deshielo que les sigue. Y yo ahí, mirando
la ventana haciendo clics, soñando lo insoñable, acompañando la soledad blanca,
los objetos esperando un lugar adecuado, el polvo ser adecuado, mi estómago ser
alimentado. Pero no, hoy es domingo, día de la nada, de la quietud a mi manera
y mi medida, a ver el tiempo pasar en la nieve que cae, o en el sol que se
desplaza en el cielo, cuando tengo suerte y cuando la estación lo permite. Así
son los días de invierno, mas quietos, mas silenciosos. Así es mi vida en
Weimar, como un monasterio, donde la rutina precisa cada acción, cada segundo,
cada momento. Ir a dormir, levantarse aunque sea menos temprano o menos tarde,
leer un libro en alemán como castigo placentero, la rigidez de una metas por
cumplir, al ritmo que la vida sigue su curso. Unas teclas que suenan mas fuerte
casi el lunes en medio de la madrugada. El ronroneo de mi pc que clama un
cambio y un descanso. El silencio acompañado por el ruido mudo de la
calefacción. Mis ojos esforzándose por permanecer abiertos y atinar a cada una
de las teclas. Yo con mi cabeza gritándome en medio de tanto silencio.
Es domingo. Nada
puede ser diferente al silencio de mi cabeza, al piso que tiembla cuando un
auto sobrepasa la velocidad de la calle y que como un recuerdo del mundo llega
a mis sentidos.
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jueves, 10 de enero de 2013
De colecciones de sueños
Cuando era
pequeña, me gustaba calcar los dibujos de los libros, y coleccionar las calcas
una tras otra. Casi siempre eran animales, con los que soñaba conocer,
descubrir, aprender todo de ellos. Nunca aprendí a dibujar muy bien, pero
calcar era de mis actividades favoritas. Soñaba también con tener una
biblioteca propia, con los libros marcados y organizados como en una biblioteca
real. Así sabría donde estaba cada libro, y si ya lo había o no leído. Quería
tener un inventario de cada cosa, cada libro, cada dibujo. Las cosas que le
gustan a uno, llegan a ser infinitas. Recuerdo que a mi papá le gustaron los
trenes, la pesca, la fotografía, la música, los computadores, la construcción,
la guitarra, los paseos, lo popular, los sonidos de los pájaros, las láminas
para enmarcar, el bricolaje, la carpintería, coleccionar libros, herramientas,
coleccionar monedas, portavasos, mezcladores, estampillas, antigüedades. Cuando
tuvo internet, coleccionaba páginas web impresas, imprimía correos, y hacía
backups obsesivamente. Le encantaban los documentales de animales,
especialmente de gorilas, micos y orangutanes. En cambio a mi mamá no. Mi mamá
gustaba de coser y hacer crucigramas. Ahora hace mahjong y sodukos. Pero
volvamos a las colecciones. También coleccionaba relojes. Y alguna vez
coleccionó tarjetas de teléfonos francesas. Libros viejos, cacharros viejos,
basura. Entre sus tesoros había un cocodrilo disecado, un boomerang, y un
carriel con todas las cosas que un carriel debe tener y que cada que íbamos de
vacaciones arreglaba con mucha paciencia para llevar. Los hobbies, eran
temporales. La mayoría. Siempre gustó de la música y de la tecnología. Pero por
ejemplo nunca lo vi pescar. Nunca supe como sacaba una foto en el cuarto
oscuro. Solo unas veces que se confunden con la fantasía, recuerdo su sonrisa después
de cantar adelita al ritmo de la guitarra. Mi papá gustaba tanto de las cosas,
como también las olvidaba con la misma intensidad, o la vida, tal vez, la vida
como a mi ahora, hacían olvidarle de las cosas que gustaba, de los buenos y
sensatos propósitos de hacer las cosas que a gusta de hacer.
Si tal vez es
eso. Solo que yo añoro algo que el si tuvo y yo no. Cuando mi papá tenía 29
años, ya trabajaba, estaba casado y tenía dos hijos. No es que yo quiera vivir
la vida como el la vivió. Pero si yo tengo la gran oportunidad que el no tuvo, de tener el tiempo para hacer lo que
yo quiero, ¿por que sigue atravesándose la vida en las listas eternas de cosas
que quiero hacer y que solo empiezan y terminan con esa misma lista escrita? Es
la vida como excusa, es la excusa como forma de vida. Es asi. Postergo cada
cosa que quiero, olvido lo que quiero, sobre todo nunca recuerdo, por qué lo quiero. Y me castigo por lo que no hago y
me sigo castigando con no hacerlo. Sobre todo, no me atrevo a soñar, porque
tengo miedo de no lograrlo.
Lo que si se, es
que mi papá se murió cuando dejó de soñar. Y eso fue mucho tiempo después de
soñar incansablemente, de vivir tan intensamente, de querer hacerlo todo en
suspiros, es pequeños sueños. Se tragó su vida, el mundo, y la vida de los
demás demasiado rápido y tal vez murió asi de rápido. Siempre soñó con una muerte
fulminante que también logró.
Pero si me
preguntan yo que sueño, yo solo sueño en las noches, las que se hacen más
largas, precisamente porque los sueños se me escapan.
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miércoles, 19 de diciembre de 2012
La venganza de las cosas perdidas
Y así pasaba siempre conmigo. El control de la televisión era un objeto al que tenía acceso restringido, porque después que yo lo tenía en mi poder siempre se perdía. Mi papá lo encontró alguna vez en la nevera. Y yo nunca me di por enterada. Recuerdo que a mis 7 u 8 años al inicio de año mi mamá me había comprado una lonchera rosada de unas muñecas rockeras que no recuerdo su nombre. Lo único que me interesaba de la lonchera era el color. Fucsia fosforescente. Aun recuerdo el olor del plástico nuevo y la ilusión de poner nuevo mecato adentro, y subir al bus del colegio con mi lonchera en la mano como una recompensa de nuevo año. Y ella meciéndose en mis manos después de decir alegremente "Buenos días!" . Pues si. Que para la hora del descanso ya estando en el colegio me di cuenta que ya no tenía lonchera. La había dejado en el bus, después de la entrada triunfal. ¡No, no! Y desde entonces, mi mamá no me volvió a comprar lonchera. Años después alcancé a montarme al bus del colegio sin morral. Sin libros. Nada. Como si fuera de paseo en vez de ir a estudiar.
Mi papá seguía insistiendo que algún día iba a dejar la cabeza en cualquier parte. Por eso tomé el hábito, solo cuando lo recordaba, que cada vez que me bajo de un taxi mirar que no dejo nada, o en el bus no dejar una bolsita por ahí, o en un restaurante, revisar que estoy completa. Y cuando no estoy con mis cinco sentidos, léase borracha, siempre estoy atenta en mi cartera revisando que tenga todo: mi teléfono, mi billetera, o cualquier otra cosa importante que tenga ahí.
He intentado cuanta estrategia hay para no olvidar cosas, pero los olvidos me asaltan de formas cada vez mas curiosas. A veces incluso he salido en pantuflas de la casa, sin acordarme que tengo que ponerme los zapatos. Y bueno, ¡Eso va siendo la tapa! Pues si, hay indicios que dicen que aun hay esperanza para mi: a veces me sorprendo que las cosas están puestas en su lugar. Que salgo de casa con todos los implementos para trabajar, que ocurra con menos frecuencia...
Aunque ahora que lo pienso...aun a veces me pasa que salgo con la cámara sin la batería, o sin el computador justo cuando voy a la biblioteca. Si, si... ahora que lo pienso parece que todavía pasa. Tal vez es que ahora me importa menos. Tal vez es que ahora mis olvidos son míos y aprendí a vivir con ellos. Ahora veo mis olvidos como un signo de no estar aquí. De no estar consciente como muevo mis manos, de estar pensando en lo que me voy a poner pasado mañana, o como voy a empacar la maleta del próximo viaje, o como le pude haber respondido a esta persona o a esta otra, en vez de pensar en lo que estoy haciendo ya. Siempre, siempre resulta que cuando después de no estar "presente" sucede que he perdido algo, olvido algo importante, paso algo por alto.
Pero perder la billetera es un aviso de preocupación máxima.
Hoy he escrito después de darme cuenta que había perdido la billetera "Parece que me estoy desbaratando". Primero fue una berenjena olvidada en el supermercado justo después de pagarla (que de solo imaginarme la escena me da risa de la ridiculez), y luego esto. Entonces sucede el deja vú, un recuerdo fiel después de recopilar los hechos: saqué dinero en, luego hice esto, luego aquello, y entonces cuando me fui del salón de clases, con la cabeza grande tratando de entender como un computador entiende lo que significa el "brightness" de un LED, me doy cuenta que ahí se quedó mi billetera, como la Berenjena, esperando a que yo la tomara de vuelta y la pusiera en mi mochila. Pero no, con la cabeza precisamente en otra parte, la deje ahí. Olvidada tal vez para siempre.
Como esta enfermedad del olvido la llevo conmigo desde siempre, aprendí a hacer estos recuentos y entonces logré a tiempo ir a la universidad y bueno, ahí estaba la billetera, en la primera fila de un salón lleno de alemanes mientras yo en medio del desespero y la tranquilidad sonreía en medio de la estupidez, diciendo "Danke schön".
Cuando pierdo algo, me cae todo el susto es después de recuperarlo. Aprendí a no perder la cabeza antes de buscarla. Porque se, lo sé, es peor. Y bueno cuando se pierde algo, cuando olvido algo en un bus, tantas veces que me ha pasado y tantas veces que me ha dolido, tantas veces que me he sentido tan absolutamente tonta, tan inútil, procuro entonces no enfadarme mucho, porque entonces viviría siempre enfadada conmigo y con el mundo. Lo primero que hago es detenerme. Recontar mis pasos y actuar de una! Devolverse, preguntar y esperar encontrar algo. Lo que me he dado cuenta es que no soy la única a la que le pasa. No, no. Y el mundo nunca se acaba después que yo olvido algo, de hecho, ojala lo hiciera, y así acabaríamos con este asunto, pero por suerte, o por mala suerte nunca se acaba.
Hoy la berenjena se ha vengado de mi. Pero algo de mi buena suerte se ha compadecido de mis olvidos. Y nada del mundo apocalíptico que imaginé de una navidad sin billetera en un pueblito en medio de Alemania y sola, se hizo realidad.
Perdón Berenjena.
viernes, 14 de diciembre de 2012
Nieve/Schnee
Esta es mi ventana, mi paisaje de los días tranquilos. La vista que me trae nostalgia, con un cierto desdén, y al mismo tiempo con cierta curiosidad.
Es el color del exilio. Del ser extranjero todo el tiempo.
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